Procés, procesar, prozac

Son muchas las oportunidades de mostrarse miserable que pasan ante el hombre, pero lo son aún más sus ganas de no defraudarlas. En el reciente advenimiento de la riada fascista que trajo el nacionalismo excluyente con el llamado procés tuvimos que ver muchos ejemplos de esa maldita voluntad, de esa torcida conducta.
Me gustaría narrar uno de ellos, que, puede parecer leve, pero que está impregnado de simbolismo. Decía una persona, sensible y afable, de viaje por tierras de origen familiar, “estoy aquí, en la tierra de papá”. Dejándolo claro a sus amigos en la idea de la identidad que marcaba la diferencia sin atreverse a decir que la catalana fuese la suya, evitando que alguien le recordarse que su papá había llegado a Cataluña antes que ella naciera y que allí había muerto, viviendo, por tanto, más años que ella en esa tierra y que no había tenido el mal gusto, ni cometida la insensatez de renegar de la suya, y aún menos de querer entrar sin derecho en el selecto club de la catalanidad. Qué tristeza sentí al oír esas palabras.
Por qué ha de reflexionar una persona sobre cuestiones puramente contingentes cuando tiene por delante tanto en que hacerlo para causas de mayor enjundia y recorrido. Por qué tiene que mostrase rebelde con quien nada le exige para que la sientan sumisa aquellos que la reclaman militante en su condición de eterna invitada. Por qué procesar lo humano en favor de un procés que nos aboca al prozac.

Procés, procesar, prozac

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