La democracia

Es una magnífica oportunidad para bregarnos en el sano ejercicio de la singularidad. Elemento esencial de todo sistema de convivencia y muy especialmente en este, que le exige al individuo que sea consciente de él para ser luego consciencia dentro del grupo.
Y es que necesita para su establecimiento y pervivencia que el hombre tenga clara conciencia de los límites de su ser, para así conocer dónde y hasta dónde puede llegar en la defensa de ese rasgo que lo diferencia y dónde ha de ceder a la hora de entregarla a los demás.
La democracia es una apuesta decidida por el hombre en su singularidad y no un vulgar empecinamiento en la masa, como puede llegar a parecer por su vocación de invocar mayorías y defender minorías.  
Y es que no hay minoría más grande que la de un hombre consciente de su particularida, ni mayoría más perversa que la de esos hombres que la desdeñan en favor de la identidad colectiva.
Porque no es esa voluntad masificada y cautiva la que alienta el magnífico espíritu de la democracia, es la de aquellos que se entregan uno a uno conscientes de la trascendencia de esa generosa entrega, siendo la de los homogéneos la sinrazón que la aborda en la perversa idea de forzarla.
A la democracia no se puede ir desde la masa, constituida ya en mayoría, porque ella no es esa voluntad ciega y resuelta que  encarna sino espacio en el que mirarnos, reconocernos, respetarnos y darnos en el sano ejercicio de la convivencia.

La democracia

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