El papel del olvido

advierten los historiadores de que en el País Vasco se están destruyendo documentos de carácter históricos referentes a atentados terroristas.
La evidencia duele, pero cómo ignorar que el olvido de este crimen nace en la primera palabra que lo pone en marcha.
Muerto el dictador se diseña la reedición de la España insolidaria, egoísta y racista, se necesita por ello lavarle la cara a tan deplorable reivindicación, y que mejor que hacerlo en sangre.
La violencia la hace creíble en el horror que impone el terror, y aceptable en el perverso juego de saber tensar la condena y disfrazar el elogio.
Juegos de buenos y malos, no hay mayor maldad. Y en medio se va diseñando la desmemoria, cada golpe tiene un fin, conseguido este qué mejor que negar.
Sería, eso sí, injusto achacar exclusivamente esta tendencia a las instituciones vascas. La lucha contra ETA es la crónica de una descomunal infamia que compromete a otras instituciones del Estado que no van a permitir que ese infame recuerdo manche su paso a la historia.
La tarea no entraña mayor dificultad, se trata de olvidar a víctimas y verdugos, agotar a ambos en un mismo espacio, el del desprecio y la incomodidad que produce su presencia y memoria.
Solo los miserables se lucran de las guerras, esta no lo fue y es por ello su botín aún más miserable, también en este paso, también en este pasar, no página, esa para la trituradora, si no olvido, a fin de olvidar.

El papel del olvido

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