“Dedeado”

El psiquiatra me recuerda, buscando animarme, la bonanza de mi destino; un trabajo bien remunerado y con él la llave a una dicha de soledades, dudas e hipotecas.
Lo escucho entendiendo que no entiende que quien me tortura es el otro, mejor dicho, ser siempre el otro.
El todo frente a la parte, lo esencial frente a lo accesorio, lo singular frente a lo genérico, cómo entenderlo. Ese otro que me humilla y derrota sin conciencia de hacerlo.
Es cierto que somos inseparables, allí donde voy, va él, ahora quizás a la inversa. Antes íbamos, como hay que ir, yo animando y él animado en ese arrojo, pero ahora es él el que va alentándolo todo y nosotros descorazonándolo.
Nosotros somos ese plural que lo acoge sin disputa y aprecia en lo que vale, no como en ellos que lo hacen valer sin más razón que su voluntad de amos. Han sido ellos los que han hecho de él un ser insoportable que nos arrastra a la depresión.
En ese absurdo discurre mi vida y así se lo hago saber al doctor, y él me responde que deje de disociar, que me compacte en el ser que soy y me acepte. Para él es fácil recetarlo, porque no es él quien se ve relegado por un dedo, el del chip que permite al personal de la oficina el acceso a las máquinas fotocopiadoras y de café.
El todopoderoso dedo que posee ese empleo por el que nos pagan y al que hemos de honrar luciendo la pulsera que monitoriza nuestra eficiencia a la hora del portarlo.

“Dedeado”

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