Vuelve el debate

Otra vez la vieja historia: ¿hay que contar lo que pasa o hay que poner sordina a las tragedias, minimizar el horror, esconder la realidad? Y ya puestos, ¿hay que poner el altavoz en las buenas nuevas y dejar las miserias debajo de la alfombra?
Y así, poco a poco, volvemos a los tiempos aquellos en que las noticias te llegaban a través de la BBC, Radio Pirenaica o bajo el brazo de algún amigo que traía prensa francesa…
¿Cómo se cuenta la muerte por accidente, ataque terrorista o a través de la fotografía de un niño que pierde la vida en la playa de lo que se llama el primer mundo?
Desde las administraciones públicas y las propias organizaciones profesionales –Libertad de Expresión y Delitos contra el Honor; Terrorismo, víctimas y medios de comunicación; el nuevo derecho de prensa e imprenta, por citar alguna de esas publicaciones– ya intentaron establecer una especie de norma general o, dicho de otra manera, más que establecer una nueva censura al medio, poner límites al derecho del lector, del ciudadano.
Vano intento en estos tiempos en los que las redes sociales, a través del teléfono móvil, y con la velocidad de la luz, muestran, cuentan lo que poco después aparecerá en la prensa, se oirá  a través de la radio y veremos en la pantalla de la televisión…
Y en eso están cada día los profesionales que, desde las trincheras, toman nota de lo que pasa y reparten esas vivencias con lectores, oyentes y televidentes que eligen a quien les informa.
Aun así desde el Gobierno repiten que no contemos las malas noticias; que hay mucho y bueno que explicar en este país de las mil maravillas y ya nos pide que no miremos a los árboles sino que nos fijemos en el monte, aunque esté abrasado cada verano.
O sea: en España sube el empleo y ¡qué más da si es precario –la media de los contratos del mes de julio no llegaron a tener una duración de una semana– y los nuevos trabajadores son pobres!
Felicidades, ya tenemos árbitro para arreglar lo del Prat, pero que no se sepa que los servicios mínimos abarcan ¡al noventa por ciento de la plantilla!, y que nadie recuerde que Eulen, no declara beneficios pese a triplicar sus ganancias…
No hay otro antídoto que la verdad que casi nunca le gusta a los que mandan: recordemos las mentiras del 11-M o las playas  “esplendorosas” tras la catástrofe del “Prestige”.

Vuelve el debate

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