¡Jo, qué país!

Somos, se lo contaba a ustedes el otro día, un país empobrecido, con grandes desigualdades y un negro futuro. Hacía mención, también, que  mientras unos se ponen morados otros las pasan negras.
Pero, además, somos un país de contrastes. Sigan leyendo, please. La justicia española ya no es universal y el Rey se pone de perfil y aparca los temas delicados (¡derechos humanos!) en su viaje a Rabat.
Mientras nuestros mandatarios piden una ivnestigación en Ucrania y se ponen detrás de lo que llaman “sus socios”, callan como muertos ante los cientos de muertos que llenan de dolor y rabia al pueblo palestino. A lo peor, como el chiste, hay muertos de segunda, primera y tercera. O, tal vez, se sienten más cercanos a los judios “pueblo elegido de Dios” y, para hacer méritos, iun ministro le coloca una medalla a la Virgen, unos responsables pían por que las capillas sigan abiertas en la universidad madrileña pues “hacen el mismo servicio público que la cafetería y el servicio de reprografía “ y los ministros de trabajo y sanidad apuestan por Santiago matamoros y la Virgen del Rocio y se fían poco de sus leyes y decretos.
Aquí reducen la ayuda a la manutención infantil o, se queja el BNG, recortan los programas de ayuda para comida a domicilio.
Y, otro golpe de tuerca, el gobierno de Mariano deja que las mutuas decidan cuando un trabajador está malito y, por tanto, cuando puede volver al tajo. La medida no solo enriquecerá a este sector sino al empresarios y, además, servirá para maquillar otros problemas: la falta de personal sanitario, las interminables listas de espera, etc.
Nos cuenta UGT que a la situación preocupante de la justicia, con sus tasas, la sanidad con sus recortes y la educación pública, disminuidas las ayudas económicas a favor de la privada, se une el desamparo del 44% de los desempleados que se quedan sin ayuda y que en Galicia ya supera las cinco cifras.
Ya saben que todo esto, juntas y en unión las medidas, son el principal pilar de la política actual pregonada desde el gobierno de Rajoy: que la gente siga adelante como pueda y, para casos extremos, subsidiar la pobreza que creó su política. Pero no mucho, solo un poquito.
¡Que tropa, oiga!

 

¡Jo, qué país!

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