Muerte digna

Vivir y morir forman parte de la propia existencia. “Hasta para morir hay que tener suerte”. Seguro que no es la primera vez que lo habíamos escuchado a nuestros padres o abuelos. Recuerdo que una persona de cierta edad que en esta vida tiene todo lo que cualquier mortal podría desear me comentaba su temor a la muerte y mucho más el tener que terminar sus días con dolor y sufrimiento.
Sinceramente, cualquiera de nosotros pensamos lo mismo. El temor a las molestias, dolores constantes y al sufrimiento es algo inherente al propio ser humano. El problema es que no podemos elegir la hora, el día ni la manera en que vamos a morir. Los hospitales están llenos de personas desahuciadas a las que únicamente les queda esperar su ocaso vital. Los hogares también acogen a personas en estado terminal, sin olvidarnos de los geriátricos y de otras instituciones públicas y privadas donde la mayoría de sus usuarios son personas mayores con dolencias crónicas.
La triste realidad es que la sociedad envejece demasiado aprisa y aún no estamos preparados para afrontar la muerte con la dignidad que se merece cualquier persona. El derecho a una muerte digna, como también tenemos el derecho a luchar por una vida digna. Los centros hospitalarios tendrían que dotar de más medios y profesionales a los departamentos de cuidados paliativos, ofreciendo una mejor calidad de vida para los enfermos y sus familias en tan terribles momentos. Cuando un enfermo está en fase terminal e irreversible, sin pensarlo, cualquier facultativo tendría que aliviar sus molestias y paliar el sufrimiento porque nadie se merece, por lo menos en la actualidad, luchar solo contra el dolor.
Hay que permitir al ser humano tener el control de su propia existencia y que decida, llegado el momento, dónde y cómo quiere morir. ¿Cuántas familias acuden cada día al hospital para estar junto a un ser querido, vecino, familiar o amigo? ¿Cuántos acuden para acompañar a enfermos terminales y se ven impotentes cuando los ven sufrir? No solo es el enfermo el que se enfrenta a la muerte sino que afecta a todo el entorno familiar y por ello tenemos la obligación legal y moral de que disfruten de la mejor calidad de vida, preparándoles el camino, sin sufrimiento, para una muerte digna.

Muerte digna

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