La universidad abre las puertas

Las universidades gallegas abren sus puertas mañana y ante un nuevo curso procede releer a don José Ortega que en 1930 señalaba como misión de la universidad, además de la investigación, la transmisión de la cultura y la enseñanza de las profesiones. Es decir, formar ciudadanos cultos y profesionales competentes para desempeñar una profesión en el mercado.
Para cumplir esa misión la universidad debe estar atenta a los cambios económicos y sociales y a las necesidades de las empresas para adecuar planes y programas y responder a esas realidades.
Probablemente la desconexión de la sociedad y de su sistema productivo es la mayor debilidad que arrastran las universidades. Decía don Miguel de Unamuno que “la Universidad no se ha puesto en contacto con el pueblo, y es necesario que los profesores se echen a la calle para compenetrarse con él”. Es decir, deben salir de las aulas para ver lo que “está ocurriendo” ahí fuera donde encuentran ahora la revolución tecnológica que lo cambia todo y requiere nuevas destrezas y conocimientos.
¿Qué cuáles son esos conocimientos? James W. Botkin y otros autores, en un viejo Informe al Club de Roma, hablan de “aprendizaje de mantenimiento” que transmite criterios y competencias para sobrevivir en situaciones conocidas y recurrentes. Es la vieja enseñanza que capacita para el modo de vida establecido, no para hacer frente a realidad cambiante.
Ellos abogan por otro modelo, el “aprendizaje anticipador” que aporta renovación, reformulación de problemas, búsqueda de soluciones innovadoras y capacita para enfrentarse a las nuevas situaciones que encontrarán estos universitarios que empiezan, que acabarán empleados en trabajos que ahora ni sospechamos.
Estos estudiantes que entran mañana en la universidad tardarán cuatro o cinco años en salir y no hay plan de estudios a cinco años que pueda mantener la sintonía con la realidad del mercado, dice Christopher Dottie, director ejecutivo de Hays España. Por tanto la universidad, si quiere ser útil a la sociedad, debe auscultar permanentemente lo que ocurre fuera de sus muros y planificar la enseñanza para responder a ese nuevo entorno.
Todo lo demás: mantener el rigor y la exigencia, ahuyentar la mediocridad y valorar el mérito y el esfuerzo, una adecuada selección del profesorado que erradique la endogamia, cierto control de calidad y la dotación económica se le suponen. Aunque, sinceridad obliga, vistas algunas cosas es mucho suponer.

La universidad abre las puertas

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