Los rostros del fuego

Las imágenes del campesino que deambula con sus vacas buscando pastos en la nada de los montes abrasados y los rostros de otros compatriotas abatidos que cuentan historias espeluznantes, agrandan la tragedia causada por el fuego que destruyó vidas y casas, naves y talleres, pastos y granjas, los hogares y el sostén económico de tantas familias.

Impresiona el lacónico relato de Xosé García de A Cañiza, 89 años: “perdin toda a miña vida”. O el de Hortensia delante de su casa quemada: “Ardeu todo…, eu non puiden pagar o seguro, teño una invalidez, ninguna paga, ando por ahí tirada polas feiras a vender uns grelos para tirar adiante”. O el de Marcelino, al que el fuego le llevó todos sus recuerdos: fotos, relojes, anillos..., todo lo conseguido después de trabajar 20 años en Francia.

El aserradero de Nelson Alonso en As Neves quedó reducido a ceniza y allí están sepultados 24 empleos directos y 20 indirectos, “el trabajo de toda mi vida, el de mis hijos y de muchas familias”. A Miguel Gómez, joven ganadero de Maceda, el fuego le quemó los pastos y los silos en los que guardaba el sustento de invierno de sus vacas. “Agora non sei de onde sacarei alimento”.

Es una pequeña muestra de los miles perjudicados. Me pregunto qué pensarían Hortensia, Marcelino, Nelson, Miguel y demás víctimas del fuego al constatar la poca coordinación entre las administraciones y el operativo de extinción y, sobre todo, al ver como los “padres de la patria” gallega se zurraban la badana en el Parlamento tratando de sacar un puñado de votos.

Es legítimo y obligado pedir responsabilidades al Gobierno de turno. Pero la refriega parlamentaria del miércoles, igual que las manifestaciones del lunes, con los muertos sin enterrar y los vivos derramando sus lágrimas sobre las cenizas de sus casas y fincas, no aportaron una sola idea positiva para solucionar este problema, viejo y complejo.

Todo indica que volvemos a ocupar los asientos de una tribuna virtual para ver los incendios que se producirán el año que viene por la desidia y el fracaso de las políticas de ordenación del territorio, de prevención y extinción, de las fuerzas de seguridad y de la justicia, lentas y torpes en descubrir y castigar a los incendiarios, y de la educación. Un fracaso de toda la sociedad.  

Pero hay algo positivo en medio de tanta desgracia. Los fuegos del día 15 encendieron algunas luces que mantienen viva la llama de algo de optimismo que comentaré el miércoles. 

Los rostros del fuego

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