Aznar acoge a Rivera

Hace tiempo que el señor Aznar transmite la imagen de un tipo cabreado con el mundo y resentido con el sucesor que nombró, al que intenta desprestigiar y humillar con frecuencia, como hace unos días cuando volvió a meter el dedo en el ojo de Rajoy.
Sabiendo que Ciudadanos –por cierto, busca candidato en Galicia– es el competidor natural del Partido Popular invitó a Rivera a pronunciar una conferencia en el Instituto Atlántico de Gobierno –IADG–, la escuela de líderes que él mismo dirige.
Cuentan las crónicas que el anfitrión, por boca de sus colaboradores, no regateó elogios al invitado que fue presentado como “político renovador de una progresión extraordinaria, casi única en la historia española”, palabras que el expresidente escuchó complacido en primera fila.
Como en el proceloso mundo de la política encaja aquel aforismo “piensa mal y acertarás”, detrás de tanta alabanza hay que ver una segunda intención, la de deteriorar al presidente del PP y del Gobierno en la misma proporción que ensalzaban al invitado.
Esa intención la captó Rivera que no anduvo con rodeos en su arremetida. Contrapuso el liderazgo de Rajoy ¡con el liderazgo de Aznar!, y afeó la estrategia de su Ejecutivo ante el independentismo de Cataluña. “Hay que recuperar un proyecto común español sin complejos, patriótico, civil y con valores constitucionales”, una parrafada que, más que ideas brillantes, contiene palabras bonitas que nada aportan para solucionar el problema catalán.
Pero lo más llamativo fue que el líder de Ciudadanos, abanderado de la lucha contra la corrupción, no dijo en aquel foro ni una palabra de la trama Gürtel, de Bárcenas y Matas; de la corrupción en Madrid presidiendo el partido Esperanza Aguirre; ni criticó la gestión de Blesa y Rato… Estos y otros episodios indignantes florecieron gobernando Aznar, aunque se conocieron presidiendo Rajoy el partido y el Gobierno. El silencio vergonzoso de Rivera delante de Aznar contrasta con la dureza que emplea con Rajoy, también justificada porque tiene su cuota de culpa.
¿Fue el invitado víctima del “síndrome de Estocolmo” político? Los intereses de los políticos hacen extraños compañeros de cama, de foto o de tribuna, y por esos intereses algunos pierden la cabeza. Ya lo decía Peeter O’Toole interpretando a Lawrence de Arabia: “Puede haber coherencia entre ladrones, pero nunca la habrá entre políticos”. Incluidos los que se presentan como adalides de la nueva política.

Aznar acoge a Rivera

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