Vivir y existir

Como el gallo de Morón ando sin plumas y cacareando. No es menor la interrogante que me abre mi querida España –esta España mía, esta España nuestra– sobre que no haya un alcalde de Móstoles declarando la guerra a tantos ambiciosos empeñados en descuartizarla por atender personalísimos intereses que los lleven a La Moncloa. La democracia parece haber quebrado por alienamiento de varios aprovechados y la estulticia suicida de los más. Aquella responsabilidad que distinguiera al césar Carlos, cuando el sol no se ponía en sus dominios, y el aciago momento actual donde intentan vestirnos de harapos y romper el destino común.
Gobierno de uno. Aristocracia regida por los mejores. O democracia devolviéndole al pueblo lo que es bien suyo inalienable. Las civilizaciones y sus decadencias. Ortos y ocasos. Plenitud e infinidad. Uno piensa en nuestra muchachada política y le tiemblan las carnes. El pusilánime Rajoy sin dar un puñetazo en la mesa; Pedro Sánchez, émulo bíblico, negando a su Señor tres veces y tropecientas más; Pablo, brillantina alcanforada con soberbia de casta brahmánica, intentando absorber al PSOE; Albert Rivera, repartiendo buenismo a manos llenas y piernas ortopédicas a cojos… y así un largo etcétera que nos desfigura y entrega atados de pies y manos a Epicúreo. Es trágico, pero recuerden la frase sustituyendo “gobierno” por “muerte”. “La muerte –reflexiona el filósofo griego– no significa nada para nosotros, porque mientras vivimos no existe, y cuando está presente no existimos. Y así, la muerte no es real ni para los vivos ni para los muertos”.
¿Y, por el contra, el Estado, lo que subyace y permanece en las instituciones? Porque lo positivo y cabal adorna nuestra realidad y vuelve a crearla. No olvidemos que al dormir podemos soñar nuestro dulce far niente, un estado de bienestar eterno y así hasta lo infinito… pero, al abrir los ojos, nos advierte de que la vida social es deber.

Vivir y existir

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