Jóvenes y jóvenas

Se ha criticado tanto a los jóvenes (también jóvenas, no vaya a ser que alguno me tache de facha) que uno no sabe donde quedarse. Porque frente a auténticos  camándulas, encerrados en sus mantras familiares sin dar palo al agua, existen muchos otros que son ejemplo de responsabilidad y esperanza, pese a que el destino aciago escriba con renglones torcidos o que el camino hacia el fracaso esté empedrado de buenas intenciones. Pese a ello nuestras promociones de estudiantes superan planes enrevesados que programan nuestras autoridades, incapaces de acordar algo racional; hasta el punto de creer que mi bachillerato de siete años y reválida en Santiago daba sopas con hondas a cuanta ha venido después. 
Los tiempos siempre permanecen. Varían hombres y catecismos morales que rigen sus conductas. Desde la fuerza hermosa de la Grecia clásica, la creación del derecho en Roma, Renacimiento explosivo, revoluciones francesa, industrial, fascista y comunista. Una larga noche donde se manumite el esclavo, el siervo de la gleba se hace ciudadano, el burgués intenta ennoblecerse y las universidades se abren al mundo que se ensancha. ¿Ángeles? ¿Demonios? El factor humano es básico para comprenderlos. Valga como muestra una inscripción que figura en una vasija babilónica del año dos mil antes de Cristo: “Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Jamás serán como la juventud de antes. La juventud de  hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”. Mismos perros, distintos collares irónicos: “Dios ha muerto. Zaratustra ha muerto. Yo tampoco me encuentro muy bien…(Groucho Marx)”.
 

Jóvenes y jóvenas

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