Todas contra uno

S i no fuera por lo que hay detrás de la escenificación que llevaron a cabo los capitostes socialistas el domingo pasado en el pabellón de Ifema, que parecía casi el politburó –por aquello de la edad– del antiguo PCUS, el acto resultaría hasta conmovedor.
Los que clamaban por la unidad del partido, incluyendo a su antiguo jefe, convertido ahora en intendente de  millonarios, parecían salidos de una escena surrealista; en el ambiente se respiraba algo así como todos contra Pedro. Los que están en ese frente de guerra, porque es un frente sin tiros, pero a bayoneta calada, defienden algo más que los  intereses personales, que también, sino que cumplen con la “sagrada” misión de evitar que el partido se desvíe de la hoja de ruta que le marcaron sus amos. ¿Y cuáles son esos amos? Pues el Ibex-35; la gran banca; los grupos financieros nacionales e internacionales; la tropa que nos desgobierna en Bruselas; la Troika; los fondos buitre, etc. Su objetivo es proteger unas élites que, como dijo el ex presidente de Uruguay, Pepe Múgica, pesan más que los estados, pero que tienen la ventaja de no tener bandera, himno ni vergüenza.
Los que controlan el aparato del PSOE no quieren oír hablar de ningún programa que no esté en consonancia con la agenda de esos grupos. Ni siquiera les interesa poner en valor la propuesta económica de Keynes, para ellos apoyarla debe ser algo así como simpatizar con el marxismo, lo cual nos proporciona una visión real de la ideología de los que mandan en el partido; eso significa que están de acuerdo, aunque lo solapen en las campañas electorales, con los oligopolios y con todo lo que conlleva la economía de casino.   
El aparato socialista –en una operación “gatopardiana”– está tratando de falsear lo que es obvio. La idea es proyectar una imagen de renovación y de cambio pero sin que nada cambie, es decir, continuar con la manipulación ideológica acostumbrada con el objeto de volver a ser alternativa de gobierno. Interpretar otra cosa sería pecar de inocente. Este grupo que dice llamarse “socialista”  nunca cambiará, su compromiso con el poder no lo permite. Por lo tanto, sus palabras sobre una hipotética transformación del partido no tienen ningún valor real. 
La socialdemocracia europea está pasando por una situación crítica, quizá la peor de su historia, tanto, que aunque pueda sonar como a una tomadura de pelo, en justicia hay que señalar que la señora Marie Le Pen –con frecuencia la ponemos como ejemplo comparativo a la hora de analizar otros programas políticos– es más de izquierdas que los actuales líderes socialistas europeos. Y lo es por una razón muy simple: porque no comparte las ideas de las oligarquías financieras. De hecho, los bancos franceses se han negado a prestarle dinero para su campaña electoral. ¿Acaso lo hicieron por decencia democrática? Definitivamente no. ¿Desde cuándo la banca cree en esas cosas? Le negaron los créditos por la sencilla razón de que su política va en contra de esos grupos de poder. Y ese simple hecho, automáticamente, la sitúa a la izquierda de los socialdemócratas. Hay que subrayar que los socialistas no tienen ningún problema en obtener anticipos bancarios. Los bancos siempre les han abierto sus puertas de par en par. Por algo será.
Es cierto que la ideología socialdemócrata de Pedro Sánchez es de muy dudosa calidad,  y que además le gustaría (¡qué político no lo desea!) llegar a la Moncloa. Sin embargo –todo hay que decirlo–, es de los pocos que se da cuenta que se avecina el final de su partido si no hay un golpe de timón hacia la izquierda. A pesar de lo que digan sus detractores, que lo han vituperado continuamente, hoy por hoy es la única persona que podría salvar al partido de un final poco glorioso. Desde luego, si la señora Susana Díaz llegara a salir victoriosa lo hundiría todavía más.
En conclusión, los intereses personales y grupales en el PSOE están por encima de cualquier otra consideración. Aunque algunos se desgañiten en público diciendo que el partido es lo primero, los hechos nos demuestran otra cosa muy distinta. Lo ocurrido en Ifema es un ejemplo.

 

Todas contra uno

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