Reflexiones de fin de año

Se cierra el año con un balance negativo en las relaciones humanas. Y lo peor es que no se espera que mejore en el próximo año, ni siquiera en los venideros.  Existe un conflicto subterráneo, generado por un sistema que promueve los anti-valores, que está carcomiendo a las sociedades occidentales.
Hoy se puede negociar con casi todo, hasta con la violencia. Muchos programas y series de televisión se nutren de ella, es la “pedagogía” que se imparte a jóvenes y adultos. En estos tiempos se le saca partido a todos los dramas humanos, se trafica con el dolor ajeno para ganar dinero, mucho dinero. 
Los profesionales del campo social lo resuelven todo “etiquetando”, como si las personas no existieran, lo cual no deja de ser una gran paradoja. 
Además de ser una manera de discriminación disfrazada. Se habla de grupos de riesgo, de colectivos vulnerables, a todos ellos se le pone un membrete que en sí mismo ya implica exclusión. Vivimos en una eterna exclusión, por la sencilla razón de que nos estamos excluyendo los unos a los otros.  
En una sociedad saludable no tendría sentido etiquetar a ningún grupo, se utilizaría siempre la inclusión –sin etiquetas– como forma integradora. 
Lo que está sucediendo nos demuestra que el modelo vigente, aunque se quiera disfrazar de muy humano, es un auténtico fracaso; un proyecto que está desatando y potenciando todo tipo de males en la sociedad no se puede catalogar de exitoso. Aunque los medios y los políticos nos machaquen constantemente, diciéndonos que estamos viviendo en el mejor de los mundos –no hay que olvidar que ellos miden el bienestar por el nivel de consumismo– la realidad no es exactamente así. 
El relato oficial forma parte de un espejismo, de una construcción social antinatural  que es vista bajos unos valores aberrantes que están balcanizando el entorno.
Hemos llegado a tal punto que ya nadie cree en nadie, sólo se valoran las “cosas”, por lo tanto, las personas se han convertido –al igual que las cosas– en objetos de usar y tirar. Estamos ante una cosificación de las personas. Lo humano está siendo barrido por un vendaval consumista que está produciendo estados de infelicidad, de alienación masiva. 
Vivimos en tal estado de confusión, que las soluciones que se buscan para resolver los conflictos sociales no tienen en cuenta las causas que los originan. Los profesionales de la psicología, por ejemplo, se pasan la vida recomendando “recetas” para frenar la violencia (escolar, familiar, laboral, etc.), sin embargo, no hablan de las verdaderas causas que la generan. 
Para hacerlo tendrían que poner en entredicho todo el sistema de valores vigente, lo cual es una apuesta muy arriesgada, puesto que tendrían que someterlo a una crítica casi despiadada. 
Por otro lado, muchos de esos profesionales ni siquiera son conscientes de la manipulación a la que están expuestos. 
La violencia es parte de la cultura del consumismo en la cual estamos inmersos. Pero además de producir ganancias, crea historias personales para entretener a las masas, es decir, cumple una función de adormecimiento social al igual que lo hace el fútbol. Por otro lado, el poder trata de reducir el número de personas pensantes, críticas. De hecho, los intelectuales críticos –cada día hay menos, desafortunadamente– se les margina deliberadamente de los medios de comunicación. El poder no los tolera, los mira como a unos apestados. 
Hay un intento de parte del poder para que la sociedad se acostumbre a vivir en una crisis permanente, en un sobresalto continuo. El poder cree firmemente que dosificando bien la inestabilidad –que es lo que lleva haciendo durante estos últimos años– puede ayudarle a conseguir sus objetivos inmediatos, y de paso a perpetuar su actual modelo. Hasta ahora lo ha conseguido, pero ¿por cuánto tiempo más? Nadie lo sabe.
En todo caso, es más fácil creer en la existencia de los duendes que pensar que los males que nos afligen –que son muchos– podrán erradicarse, manteniendo contra viento y marea un modelo socio-económico que claramente nos está conduciendo al desastre. Creerlo es un auténtico acto de fe. 
 

Reflexiones de fin de año

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