Objetos del deseo

nque la motivación en estos casos no es por una adolescente, como en “Ese oscuro objeto del deseo” –de la película de Luis Buñuel–, sino que está relaciona con el nerviosismo y el entusiasmo que la posesión de ciertas cosas producen en las personas. 
Vivimos embobados con las nuevas tecnologías; ellas son como nuestros dioses. Unos dioses que no están en el Olimpo griego, sino en los cuarteles generales de Apple, Samsung, Alibabá  y otras multinacionales que hemos “sacralizado”.  Cuando cae en nuestras manos un iPhone o un iPad, o cualquier artilugio tecnológico de última generación, exclamamos ¡qué guay! ¡Qué maravilla!
Es curioso que nadie se tome unos minutos para pensar en las consecuencias de esta locura, que nadie haga ni siquiera una raquítica reflexión de que está en juego el futuro laboral de las próximas generaciones. Y lo peor –por más incomprensible que parezca– es que estamos contribuyendo a que eso suceda. Allanando el camino.
Lo que se avecina debería ser una de las grandes asignaturas pendientes de la clase política, sin embargo, ningún político hablado de ello. 
El silencio es absoluto. Ni siquiera lo plantean como inquietud. Nadie aborda el desempleo masivo que nos espera. Es cuestión de tiempo, no mucho, pero el paro de hoy será como un vodevil comparado con el drama de mañana.  
Se dice que el avance tecnológico es imparable. Y sin duda lo es. Precisamente, por ser una realidad que caerá sobre el mundo laboral con la fuerza de un asteroide se debería estar trabajando en algún plan alternativo. De otro modo nos esperan tiempos turbulentos, conflictivos; cuando la sobrevivencia de millones de personas esté en juego el conflicto social a gran escala será inevitable. No hace falta haber ido a la “escuela de pago” –como decían antes– para adivinarlo.
Algunos creen que la cosa no es tan grave, argumentando que la Revolución Industrial también planteó algunos problemas que al final se resolvieron. Lo que no tienen en cuenta los que apoyan esa teoría es que aquella creó, aunque fuera bajo unas condiciones laborales terribles, millones de empleos.  La actual los destruirá; un proceso que comenzó hace tiempo y que ahora se está acelerando.
A todo ello hay que añadir otro ingrediente poderoso: que a mediados del siglo XIX la población  mundial era de unos 1.000 millones de personas y hoy sobrepasa los 8.000 millones. Con un creciendo de población ascendente y una industria que cada día necesita menos mano de obra cualificada y no cualificada –los robots están sustituyendo a las personas–, el futuro no se avecina optimista.
Lo curioso es que nos están empaquetando el envase del futuro con un envoltorio de terciopelo. Y lo hacen tan bien, que hasta nos contagiamos de una sana alegría infantil. Como si el contendido de la caja fuera portadora de cosas mágicas. 
Aunque hay casos en que ni siquiera se molestan en envolverlos. Los presentan a lo bruto. Como los bancos que nos obligan a tener tarjetas para retirar nuestro propio dinero si la suma es menor de 600 euros. Y encima, si decidimos resistir, el empleado o la empleada tratan de convencernos de las “ventajas”.  Nos hablan con una seguridad funcionarial que tal parece que sus puestos de trabajo no están en peligro; no se dan cuenta que los banqueros o los accionistas, o quién sea, van a prescindir pronto de todos ellos. 
Lo que está ocurriendo tiene un alcance muy profundo. El cierre de tiendas, la eliminación de puestos de trabajo en las administraciones públicas, la reducción de empleados en las oficinas bancarias, incluso su total eliminación, obligará a los ciudadanos a realizar todo tipo de gestiones a través de internet. La fuerzas neoliberales y la globalización, que aprovechan y potencian las nuevas tecnologías, no están por la labor de mantener puestos de trabajo, sino de maximizar ganancias. 
Los políticos están callados, los sindicatos desaparecidos, los intelectuales, excepto unos pocos que pululan por periódicos digitales o escriben algún libro sin importancia, abandonaron sus deberes. Nadie aborda lo que se nos viene encima. Una realidad que ya está aquí. 
 

Objetos del deseo

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