EL MUNDIALISMO

Se tiende a confundir –aunque son conceptos diferentes– globalismo con mundialismo. El primero es producto del avance científico-tecnológico, sin embargo, el segundo es un plan de dominio, de pensamiento único. Una idea que desde hace tiempo acarician las élites –mayormente occidentales– como posibilidad real.
Muchas personas piensan que la idea de un gobierno mundial no existe, que es un delirio de los que creen en teorías conspirativas, sin embargo, es real. Lo es desde hace tiempo. De hecho, está a la vuelta de la esquina. Hoy los poderes económico-financieros empujan con todas sus fuerzas en esa dirección. Ni siquiera disfrazan su afán de dominio global. 
En todo caso, el proyecto fue acelerado después de la caída del Muro de Berlín. En ese sentido –y también en muchos otros– su caída marca un antes y un después. Es un punto de inflexión. En los tiempos del socialismo real –es decir, cuando existía el bloque soviético– los mundialistas ya soñaban con establecer un poder global. Aunque la idea empezó a tomar forma después de terminada la II Guerra Mundial; la Trilateral y el Club Buildelberg tienen mucho que ver en ella.
Hoy la idea de establecer un poder global unió a las diferentes familias financieras. Los acontecimientos de los últimos años demostraron que el verdadero poder está en manos de unos pocos. Todo eso significa que los políticos electos no pintan nada, que son simples comparsas o vasallos de ese pequeño grupo. 
Los grandes medios, que están al servicio de esos pocos, nos quieren convencer de que no se puede hacer nada contra la voluntad cuasi “Divina” de los mercados. 
Aunque detrás de ese eufemismo, tan de moda hoy en día, existen  personas con nombres y apellidos, que son en realidad los que deciden el comportamiento de los mercados.
En 1989 nos dijeron –los grandes medios lo repitieron hasta la saciedad– que la caída del Muro berlinés significaba más libertad y más democracia, que a partir de aquel momento todo iba a ser diferente, que íbamos a vivir en un mundo mejor, casi idílico. Lo de “diferente” es cierto, lo podemos confirmar. Lo de “mejor” es cuestionable. 
En aquellos días los patrocinadores del mundialismo vieron las puertas abiertas de par en par. Al fin, pensarían ellos, el viento de la historia soplaba a su favor. De pronto, el enemigo que obstaculizaba todos sus planes había desparecido. Todo el andamiaje del campo socialista se había venido abajo como un castillo de naipes, por lo tanto, el camino les quedaba despajado. Tan es así, que todo empezó a cambiar. Los sindicatos dejaron de ser de clase, la socialdemocracia se pasó a los mercados, llegó un momento en que nadie se reconocía.
El  modelo actual europeo –que es un apéndice del mundialismo– está arrasando con los valores culturales del Viejo continente. La realidad es que persigue la destrucción de todo vestigio cultural, político o religioso. Su objetivo es crear una masa amorfa, sin capacidad crítica, manejable, que acepte todo lo que le echen. Es el gran sueño de los mundialistas. Creer que la actual Europa apareció –como reza el discurso oficial– por voluntad política propia, sería tanto como asumir que los elefantes vuelan. 
La Europa de Schengen no tiene nada que ver con la que visionaba por De Gaulle. Aquel viejo proyecto no existe, fue liquidado. El que tenemos fue impuesto por las élites financieras, que son las mismas que apoyan la idea de un gobierno mundial. Pero antes tienen que acabar con la identidad de los pueblos, desintegrar la voluntad de los individuos, dejarlos sin ideales, es decir, hacer tabula rasa con todo para neutralizar toda resistencia. Una vez que lo logren, empezarán a construir su “hombre nuevo”. Un individuo sin principios, amoral, una especie de máquina consumista.
La implantación de un régimen global está en marcha. Los partidos políticos del “establishment” europeo no harán nada para detenerlo, de hecho son parte de él. Es más, son responsables de la destrucción de Europa. Sólo podrá paralizarse si los ciudadanos toman conciencia de lo que está ocurriendo y construyen un frente común. Es la única alternativa. 
 

EL MUNDIALISMO

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