Manipuladores

Aceptar como verdades incuestionables las opiniones del grupo significa mutilar la capacidad del individuo para pensar por su cuenta. Y en estos tiempos, donde la desinformación es la norma y no la excepción, no es fácil armarse de un pensamiento crítico. 
Hoy se está utilizando la psicología social para ayudar a controlar poblaciones enteras. Todo ello se hace sin que apenas podamos percibirlo, subrepticiamente. Por lo tanto, la tan manoseada diversidad de opiniones no existe en la realidad, es un espejismo, se está construyendo una cultura para que los individuos reaccionen a los estímulos externos de una manera “pavloviana”. Los poderes fácticos, al hacer un uso torticero de la psicología, están modificando el pensamiento colectivo y, por ende, el de las instituciones.
Todo ello hace que la política se haya convertido en un gran circo. Los asesores, con el ánimo de ganar votos para sus candidatos, les proponen campañas agresivas, llenas de insultos y mentiras. Los que son derechas dicen ser de centro, incluso algunos de izquierdas se acercan a ese relato. La cuestión es aproximarse al centro, que es lo que al poder le interesa. La realidad es que el centro político no existe, sino que es un invento de los científicos sociales que trabajan a tiempo completo para afianzar el poder de las élites. 
El objetivo de los que mueven los hilos no es abordar ni resolver los problemas reales, sino desviar la atención hacia asuntos secundarios, cosas sin importancia, proyectando así la impresión de que el sistema funciona, que con solo hacerle algún “ajuste” se arregla todo. Y en eso consiste lo que podríamos llamar la gran estafa. Lo que se está haciendo es una especie de reformismo “societal”, como le llamaría José Vidal Beneyto, para no cambiar nada, para que todo siga igual. En ese sentido existe un silencio cómplice y un total entendimiento entre los partidos que funcionan como agentes del poder, ésos que envían a sus representantes a las reuniones del poderoso club Bilderberg. 
Es la misma gente que nos habla de los famosos valores europeos, una palabra muy devaluada en estos tiempos. De tanto machacarnos con ellos al final lo que consiguen –quizá ese sea el objetivo– es confundirnos todavía más. A estas alturas nadie sabe de qué valores se trata, pues no los definen ni quizá les interesa definirlos. Solo se habla de generalidades, de vaguedades. Nada más. Todo se mueve dentro de un espacio crepuscular sujeto a todo tipo de manejos, silencios y disfraces. En estos tiempos a cualquier necedad o despropósito le llaman valor.
El nihilismo pasivo y el relativismo cultural se han instalado, hay fuerzas que están interesadas en ello, en nuestras sociedades occidentales. El cultural es una suerte de herramienta psicológica –algunos lo llaman arma de destrucción masiva– disolvente, es tan brutal que está arramplando con todo. Nada queda en pie. Costumbres, tradiciones, ideologías políticas, hasta creencias religiosas, todo se lo está llevando por delante. Los que mueven los hilos del poder se están dando a la tarea de promover conductas miserables, decadentes, a las que se les atribuyen valores o virtudes modernistas. La realidad es que estamos ante una deconstrucción social masiva, en la cual se utiliza la psicología de las emociones para construir otra, donde el “leitmotiv” de las personas sea el individualismo, que además no es tal, sino que es un falso individualismo que funciona dentro de un rebaño gigante. 
En este ataque las palabras son utilizadas de una manera perversa, puesto que sirven para quitarle hierro a ciertas decisiones políticas y económicas que van en contra de las mayorías, que de otro modo sería difícil de llevarlas a cabo. No hay que olvidar que las palabras, una vez interiorizadas, son capaces de cambiar los puntos de vista que las personas tienen sobre determinados asuntos. Tan es así, que el actual modelo neoliberal lo están defendiendo hasta los de abajo. Cosa impensable hace unos años.
Todo ello demuestra que la diversidad de opiniones es un cuento. Uno de tantos. La realidad camina por otra vereda. 
 

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