Malabarismos

La propaganda es un elemento importante, incluso decisivo en muchos cosos. El lingüista norteamericano, Noam Chomsky, dice que la propaganda es a una democracia lo que la coerción a un estado totalitario. Y algo de eso hay.
 La subida del salario mínimo se anunció con bombos y platillos. El Gobierno y los socialistas la presentaron como un gran avance, como si fuera la gran conquista social de los últimos tiempos. 
La realidad es que la subida de 52,4 euros al mes no es como para tirar cohetes ni para celebrarlo con cava, esa cifra no cambiará la vida de las personas –que rondan los cinco millones– que  malviven con el salario mínimo. En todo este asunto hay más marketing político que realidades tangibles. Mucho ruido y pocas nueces. 
Lo que hace peculiar el movimiento de esta ficha es que el Gobierno “sedujo” a los socialistas para que participasen en la jugada, y éstos a la vez la utilizaron para trasmitir la sensación de que gracias a ellos el PP tuvo que ceder. 
La manera en que se llevó a cabo y la parafernalia utilizada sonó claramente a una operación de imagen, es decir, un intento de rescatar a los socialistas. Aquí se mataban dos pájaros de un tiro. El Gobierno lo vendía como un gran logro y de paso lanzaba un balón de oxígeno a unos socios  –que están cayendo en las encuestas a la tercera posición– para que puedieran seguir respirando.  
El poder no oculta la urgencia de regresar al bipartidismo, su deseo es restablecer cuanto antes el statu quo. Para ello necesita reducir a Podemos a la mínima expresión y desaparecer a Ciudadanos, pues es muy posible que los de Rivera hayan cumplido la función para la cual fueron creados en su momento. 
El regreso al pasado se ha convertido en una obsesión del poder. Fue la razón por la cual pudimos contemplar a un Felipe González desesperado, corriendo de un lado para el otro, haciendo declaraciones, visitando cadenas de radio, todo para fulminar a Pedro Sánchez de la secretaría general. 
Aquel espectáculo demostró –por si quedaba alguna duda–  la clase de valores que defiende el antiguo secretario general. Su vasallaje al gran poder es de tal magnitud que hasta el actual presidente del Gobierno le debe parecer un “izquierdista peligroso”. 
Aunque a los socialistas no les guste escucharlo, la realidad es que su diferencia con los populares es de índole puramente cosmética, de matices. Lo único que los populares no engañan a nadie, son coherentes con su ideario, no entran en contradicción alguna como  los socialistas, lo cual demuestra que el original siempre es más auténtico que una mala copia.    
En todo caso, el hundimiento definitivo o el remonte de los socialistas no está en las manos del aparato, ni del futuro secretario general, incluso aunque volviera a ser Pedro Sánchez, sino en la gente que dirigen Podemos. 
Y esto dependerá en gran medida si esta última llevan a buen puerto sus luchas internas. La gente deja de confiar en los partidos que mantienen demasiadas luchas internas, Izquierda Unida fue un ejemplo. A todo ello hay que añadir que la meta de los socialistas es destruir a su competidor, utilizando todas las estrategias posibles, puesto que si no lo logran tampoco tendrán posibilidades de regresar a la Moncloa a no ser que pactaran con los de Iglesias. Pero las fuerzas que hoy controlan el PSOE no están precisamente por esa labor, prefieren cualquier otra solución antes que llegar a un acuerdo de ese tipo. 
La realidad es que el socialismo europeo –por mucha ayuda que tenga del poder– tiene complicada su permanencia. Muchos politólogos y políticos se quejan del avance de la extrema derecha en Europa, del peligro que representa. Pero de ello no se puede culpar a los partidos del neoliberalismo, sino a los de izquierda que se han pasado a ese campo. 
Aunque suene a sarcasmo, el programa del partido de Marie Le Pen en Francia, por poner un ejemplo, es mucho más de izquierdas que el de cualquier partido socialista europeo. Lo cual es muy significativo, pues nos dice en qué punto exacto se encuentra la llamada izquierda europea. 
Lo demás es simplemente retórica de taberna.
 

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