Intereses irreconciliables

lguien dijo que la traición es una cuestión de hábito. Puede ser. En todo caso, en política esa práctica está bastante arraigada. Una cosa es cierta, los traidores son fieles a sí mismo. 
Los que apoyaban a Pedro Sánchez, antes de que le fuera usurpada la secretaría general por una junta política sediciosa, patrocinada en la sombra por el grupo de saboteadores que todos conocemos, lo abandonaron cuando él más los necesitaba. La traición fue tan masiva que en otros tiempos hubiera sido un escándalo mayúsculo, pero fue atenuada por los medios del establishment que la maquillaron, presentándola como una decisión “democrática”. Le dieron la vuelta de tal manera, que parecía que en realidad el traidor era Sánchez. El colofón lo puso el señor Felipe González cuando dijo que había sido “engañado”, lo cual se asemejaba a un relato surrealista.
En política –y en muchas otras cuestiones de la vida– sucede con frecuencia que los traidores acusan de esa grave felonía a los leales. Es una manera de confundir, de enmascarar la deslealtad y la traición, la utilizan como un mecanismo de defensa para encubrir una apostasía ideológica. Así, transfiriendo la culpabilidad hacia otra persona, es más fácil justificar cualquier tipo de herejía. Es una vieja treta.
En todo caso, la hora de Sánchez ha llegado. O ahora o nunca. Es su segunda oportunidad y no tendrá una tercera. Pero, como decíamos en el artículo de la semana pasada, lo tiene crudo. Contentar a tirios y troyanos es imposible, no se puede armonizar el sentir de la mayoría de las bases con los intereses del aparto. Son dos cosas irreconciliables. Por lo tanto, la misión del nuevo secretario general se antoja imposible. Los conspiradores, empezando por la vieja guardia, que representa intereses ajenos a las ideas socialdemócratas, lo maniatarán para que no pueda salirse del guión que ellos escribieron. Por otro lado, los que ahora le vuelven apoyar, que es obvio que lo hacen por conveniencia personal, le enfilarán las bayonetas en el momento en que las cosas se tuerzan. Y se torcerán.
Sánchez no es un político carismático, ni siquiera parece ser de izquierdas, otra cosa es que se envuelva en esa bandera, sino que aparenta ser capaz de moverse en un terreno farragoso que algunos llaman oportunismo. Sea como sea, la sobrevivencia de los socialistas –no sólo la suya– pasa por un cambio de proyecto, si no lo hacen el partido desaparecerá. O en el mejor de los casos quedará reducido a una agrupación testimonial.
La solución, la real, sería limpiarlo, lo cual significaría algunas expulsiones. Es decir, el partido tendría que prescindir de aquellas personas que lo están dañando, lo de que todos caben no deja ser un gran engaño. El problema es que esa idea “purificadora”, además de ser imposible de plantear, no la resistiría el partido. 
La realidad es que mientras las decisiones del grupo dominante decidan el rumbo, no habrá solución posible a la crisis existencial que sufren los socialistas. Las cosas no las arreglarán con un pequeño lavado de cara, como lo hacían antes, la situación política ha cambiado. Por su izquierda ahora hay otro partido que viene pisando fuerte y que los está sometiendo a una gran presión. 
Los optimistas creen que la vuelta de Sánchez a la secretaría general solucionará los problemas, lo cual no deja de ser un optimismo inocente. Pensar que él puede reflotar el partido para volver a ganar elecciones como en los buenos tiempos, es como creer que los elefantes vuelan. Puede ser que con ese propósito Sánchez esté incluso pensando en la posibilidad de reencarnarse en un Macrón. Aunque aquí esa estrategia no le funcionaría, por la sencilla razón de que ese personaje lo está caracterizando el líder de Ciudadanos, Albert Rivera.
La reflotación del partido se hace imposible sin un cambio de orientación ideológica, un cambio profundo que lo devolviera a sus orígenes. Eso significaría rechazar al menos una gran parte de la filosofía económica neoliberal, es decir, el social liberalismo.
Lo demás es como esperar un milagro. Y éstos, según dicen, pertenecen a la ciencia infusa.

Intereses irreconciliables

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