La Europa de los mediocres

Alguien dijo que la mediocridad era más contagiosa que el talento. Y debe ser cierto, porque en estos tiempos es la reina del mambo en la clase política europea.  
Desde hace unos años Europa está sumida en una inercia que no la deja levantar cabeza, es como si todos los mediocres se hubieran reunido y confabulado para hacerla inoperante e irrelevante. 
Nos dirige una generación de políticos oscuros, incapaces de asumir riesgos, de responsabilizarse de cualquier contingencia que ponga en entredicho sus cargos o sus posibilidades electorales. Prefieren no hacer nada antes que hacer algo, una postura cómoda pero a la vez mezquina, que en ciertas circunstancias –como las que vivimos–  resulta funesta. Incluso el talante democrático de algunos deja mucho que desear.
Hace unos días Tony Blair se atrevió a decir que el “Brexit” puede ser revisable, es decir, que propone ningunear descaradamente la libre voluntad de los británicos, un deseo que expresaron claramente en las urnas; parece ser que los resultados electorales son más legítimos cuando favorecen al poder. Esto nos demuestra  la falta de decoro de este individuo, que por cierto, pertenece a la misma (¿casualidad..?) cofradía del señor Felipe González. 
La semana pasada el Parlamento europeo, que más que un parlamento se parece a un club de millonarios, pero en este caso financiado con el dinero de los contribuyentes, votó congelar las negociaciones de adhesión de Turquía, acusando al gobierno de Erdorgan de no respetar, que es verdad,  la libertad de prensa. Hasta ahí todo correcto. Lo curioso es que ese mismo parlamento había votado unos días antes una propuesta para vetar a los medios  de prensa rusos. Es decir, por un lado acusan al presidente turco de no respetar la libertad de prensa, y por el otro tratan de bloquear aquellos medios de comunicación que no les gustan. ¿En qué quedamos? Sería interesante que nos explicaran qué es para ellos la libertad de prensa. Menos mal que lo que votan esos señores no tiene relevancia, sus decisiones no son vinculantes. En realidad, sólo sirven de marketing geopolítico en un hemiciclo que está dominado por partidos –liberales y socialistas– que apoyan el neoliberalismo y el mundialismo.
Con esta tropa que nos dirige es imposible construir otra Europa. La vacilación –y también la cobardía–  se adueñaron de la política europea, la tienen inmovilizada, casi tullida. Incluso la señora Merkel, tan admirada en algunos círculos, no deja de ser una política gris, anodina, de andar por casa. 
Su fuerza radica en que dirige la cuarta economía del mundo, que por cierto, empieza a entrar en crisis, pero eso no la convierte automáticamente en una estadista, ni siquiera en una política de primer nivel. Se manifestó  inflexible a la hora de lidiar con los problemas europeos, lo cual demostró no entender correctamente la situación ni el papel central que debería haber jugado Alemania en el arreglo de Europa. Por lo tanto, en ella recae una gran parte de la responsabilidad de todo lo sucedido.
Una de las causas que también contribuyó a la paralización europea, fue que sus responsables políticos se desviaron de su cometido, lo cual sucedió en el momento en que decidieron abrazar las tesis mundialistas y se olvidaron de seguir construyendo la casa común. Vieron en ellas la solución a todos los problemas, en sus cálculos nunca estuvo la llegada de la crisis económica ni los posteriores cambios geopolíticos. 
Pensaban, todavía hay muchos que lo siguen pensando, que Bruselas iba formar parte de ese supuesto gobierno mundial, auspiciado y dirigido por las transnacionales, lo cual significaba más “oportunidades” para seguir apropiándose de los recursos (naturales, agrícolas, industriales, etc.) de otros países. Las élites político-económicas europeas partieron de la base, equivocada, de que iban a participar en ese dominio global, entonces ¿para qué esforzarse en construir una federación europea? Era un sinsentido, lo que había era suficiente.
El proyecto europeo –aunque no se haya oficializado– está prácticamente muerto.  Ya nada será igual en el futuro. Seguro.
 

La Europa de los mediocres

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