LA DIPLOMACIA EUROPEA

En la novela “Los viajes de Gulliver”, de Jonathan Swift, los habitantes de Liliput –los famosos liliputienses– eran tan arrogantes, soberbios y obcecados que estaban en guerra permanente con sus vecinos de la isla Blefscu. Guerras absurdas, sin sentido. La novela de Swift es una crítica a la Europa del siglo XVIII, con aquellas guerras de desgaste entre franceses e ingleses. 
Los políticos de la Europa de hoy se parecen a los liliputienses de la famosa novela. De hecho guardan demasiadas similitudes con ellos. Es triste, desilusionante, frustrante incluso, pero es una cruda, desgarradora y desagradable realidad. Si estuviéramos dirigidos por otra raza de políticos, individuos de otra talla, de esos que pertenecen al grupo de los estadistas, las cosas hubieran sido de otra manera. Sin duda, el proyecto europeo se hubiera encaminado por otros derroteros, quizá muy diferentes. Pero no ha sido así.
Europa fue incapaz de crear su propio ejército, de construir una política exterior coherente, por lo tanto, su rol en el concierto mundial está bajo mínimos. Su peso global, sobre todo en el plano político-diplomático-militar, es prácticamente irrelevante. La política exterior europea es una farsa, un vodevil, una tomadura de pelo, algo irreal. Y en materia militar, si no fuera por su pertenencia a la OTAN, sería igual de irrelevante.  
Cuando se llevaban a cabo las negociaciones con Teherán sobre el tema nuclear iraní, allí también estaba Federica Mogherini, que es la alta representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, algo así como una ministra de Asuntos Exteriores de la UE. ¿Qué pintaba  allí esa señora? Nadie lo sabe. Hay que tener presente que la UE no tuvo ningún peso en esas negociaciones. De hecho, del Grupo 5+1 solo EE.UU. y Rusia –quizá también China– tuvieron la última palabra. Los demás, Francia, Inglaterra y Alemania estuvieron allí de figurantes. Eso significa que la presencia de Mogherini tenía todavía menos relevancia. ¿A quién tratan de engañar en Bruselas? La realidad es que la farsa “diplomática” nos cuesta mucho dinero a los europeos. Demasiado.
Parece ser que la crisis ucraniana contribuyó –al menos eso dicen– al aumento de las tensiones entre la UE y Rusia. Los embargos comerciales que se han sucedido no solo están afectando a Rusia, sino también al conjunto de la EU, especialmente a sus productos agrícolas. Algunos politólogos opinan que Bruselas debería reformular las relaciones con Moscú, es decir, cambiar la política de confrontación hacia una de distensión. 
En todo caso, lo que está ocurriendo, aparte del daño económico, es peligroso. Las fricciones casi nunca resuelven los problemas. Sobre todo si éstas son con una potencia global que posee un ejército poderoso y miles de ojivas nucleares apuntando sobre nuestras cabezas. Así que, Bruselas está haciendo el ridículo. Uno más de tantos que hace.
La Fundación Alternativas presentó un estudio titulado “Una Rusia más europea para una Europa más segura”. Es un estudio interesante en el cual se propone una estrategia –a raíz del conflicto ucraniano– diferente para tratar con Rusia. 
El estudio acepta que la UE cometió errores que ayudaron a agudizar la fractura ucraniana. También subraya que las sanciones impuestas a Rusia mostraron claramente la incompetencia de los políticos europeos. Al parecer el informe será enviado a Bruselas para ser evaluado y debatido. En todo caso, no hace falta poseer un doctorado  en ciencias políticas –ni siquiera en historia– para llegar a tan peregrina conclusión. Es más, el hecho de que haya que asesorar en esta materia a la “tropa” de Bruselas lo dice todo. Incluso nos ayuda a entender mejor el golpe de Estado –la chapuza de golpe– ocurrido en Ucrania en el cual la UE colaboró activamente. 
Lo de Bruselas es un cúmulo de errores, de despropósitos, del mal hacer de una clase política. Lo grave es que esas políticas nefastas, que no sirven realmente a los intereses europeos, sino que los perjudican gravemente, están llevando a la UE a un callejón sin salida.