Desenfocados

Hay gente que cree sinceramente que el proyecto europeo es todavía rescatable, reconducible. Es posible. Aunque algunos lo dudamos.  
Resulta que Yanis Varoufakis, el que fuera ministro de finanzas con el gobierno de AlexisTsipras, acaba de fundar un nuevo partido. Lo hace, según él, para ayudar a cambiar Europa. 
Nadie pone en duda sus buenas intenciones. Sin embargo, Varoufakis debería saber, él mejor que nadie, que tuvo que lidiar con Merkel y sus siervos cuando bajaron a Grecia al infierno, que el cambio es imposible. La política europea se encuentra en una fase corporativa que la hace inmune a cualquier cambio. Es decir, ni políticos ni burócratas harán nada por miedo a perder poder y privilegios.
Por otro lado, al vivir en una suerte de burbuja se niegan a aceptar lo que ocurre ahí afuera. Lo curioso es que mientras gozaron de unos supuestos “éxitos”, ahí fuera, lejos de las fronteras comunitarias, otros que estaban construyendo otra realidad. 
Supuestamente el proyecto final europeo es llegar a un modelo federal, donde todos seamos iguales, sin que nadie esté por encima. Pero esa idea choca con teutones y gabachos. No les agrada. 
A los primeros, porque les priva de contralar el sistema financiero. Y a los segundos, porque creen que estando al lado de Merkel tendrán más influencia sobre el resto. Prueba de ello es que en las reuniones periódicas que llevan a cabo, con el objeto de dictar las políticas los demás, siempre aparece el inquilino de turno del Elíseo al lado de la gran jefa.   
Así que, tanto Berlín como París –y otros poderes– prefieren esta Europa y no otra. En ésta pueden pastorear fácilmente a la parroquia, controlarla. Algo que sería imposible en una federación.
El modelo actual, aunque lo disfracen para consumo de una sociedad lobotomizada, no es justo ni democrático; el poder de los países pequeños y medianos es cero. Aunque algunos pequeños ya se están rebotando y no lo aceptan. 
El ejemplo lo tenemos con el primer ministro húngaro, Viktor Orban, que no acepta la situación. Lo que ve en Europa no le gusta, por lo tanto, intentan aferrarse con uñas y dientes a la poca soberanía nacional de la que dispone. 
No hace mucho tuvo lugar en Budapest una reunión que, intencionalmente, pasó casi desapercibida para los medios. Allí se reunieron con el primer ministro chino, Li Keqiang, los representantes de los países de Europa Central y Oriental (ECO) para tratar asuntos económicos importantes.
Aunque este tipo de reuniones, esta última fue la sexta, no gozan de la simpatía de Bruselas se siguen celebrando. La realidad es que el gigante asiático está invirtiendo decenas de miles de millones de euros en algunos de estos países, entre ellos Hungría. 
Tienen varios proyectos en marcha. Incluso hay uno para un tren de alta velocidad, que será financiado por China y que unirá Budapest y Belgrado con el puerto griego del Pireo; propiedad también de una empresa china.
Parece que el político magiar, que es el que lidera el grupo, no confía en Europa. Y sus palabras en la reunión dan fe de ello. Allí dijo que el futuro de Europa no va a depender de ella, como ocurría en otras épocas, sino de la participación tecnológica y financiera de Oriente. Palabras de gran significado.
Las inversiones chinas en Europa Central y del Este en  áreas de telecomunicaciones, nuevas energías, y maquinaria, que ya ascienden a más de 6.000 millones de euros, abalan las palabras del húngaro.
En Europa no hay un plan para el futuro, por lo tanto,  algunos empiezan a ir por libre. Ni tampoco hay estadistas. Porque Merkel, aunque algunos lo pretendan, no es ninguna estadista. Ella es una política conservadora, con mucho poder, listilla sin duda, pero que nunca tomaría grandes decisiones. 
La realidad europea podría definirse así: si no somos una federación, ni tampoco el mercado común de antes, ni los países tienen la suficiente soberanía  para tomar sus propias decisiones, entonces ¿qué somos? No lo sabemos. Quizá ahí está la respuesta. Los que tenían la obligación saberla no se enteran de nada. Y ese es uno de los grandes problemas. El más importante. 
 

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