Contra todo pronostico

Lo daban por muerto, pero como el Ave Fénix renació de sus cenizas. Ahí está, cabalgando de nuevo. Desde el pasado domingo, Pedro Sánchez, es por segunda vez secretario general del PSOE. Hace unos meses apostar por él era como hacerlo a un caballo perdedor. Todo estaba en su contra. Tanto, que el aparato del partido lo dejó participar en las primarias porque pensó que nunca las ganaría. Si no fuera así, jamás se lo hubieran permitido, se inventarían cualquier argucia o patraña para eliminarlo. La votación demostró claramente que ese grupo está divorciado de las bases del partido. Y también de la realidad.
Desde que lo descabalgaron de la secretaría general, Sánchez fue uno de los políticos más denostados y vilipendiados de este país, incluso, en cierto modo, más que el líder de Podemos. De él se llegaron a decir auténticas barbaridades, muchas de ellas difíciles de digerir para cualquier cerebro medianamente pensante; era como un apestado político dentro del partido del que casi todos querían huir. ¿Y ahora qué? ¿Dónde meterán la cabeza sus enemigos, sobre todo aquellos que lo traicionaron?   
Hoy Pedro Sánchez tiene un poder como no lo había tenido antes ningún otro secretario general, lo cual significa que a sus enemigos no les será fácil obstruir sus planes o futuros pactos. El mensaje es claro: por vez primera las bases se han rebelado contra los aparatos socialistas. Lo que ha ocurrido el pasado domingo marca sin duda un antes y un después. Ya nada será igual. 
Antes de las primarias había un hecho cierto: si las ganaba Susana Díaz la destrucción definitiva del partido estaba asegurada. Puesto que ella hubiera seguido las mismas políticas que lo llevaron precisamente a la situación  catastrófica en la que se encuentra. Aunque es verdad que la ruina de los socialistas no se puede desligar de la crisis general que están sufriendo todos los partidos socialdemócratas europeos, no es menos cierto que la intervención de Felipe González y otros compañeros de viaje fue nefasta para ellos. Tan destructiva fue que profundizó más la división interna; los intereses que representa esa corriente de falsificadores del socialismo fueron como una bestia negra para el partido.
Pero ¿lo salvará Pedro Sánchez? Es difícil responder sin correr el riesgo de equivocarse. Es cierto que él tiene la responsabilidad histórica de reflotarlo. O destruirlo definitivamente. Aunque no todo depende de sus habilidades. El mandato es claro, porque nace de las bases, pero el aparato que intentó acabar con él sigue intacto. Sus enemigos no se han esfumado de repente, aunque ahora digan que hay que tirar todos del mismo carro. La realidad es que mientras no se renueven los pequeños “reinos de taifas” socialistas difícilmente puede haber un cambio, al menos un cambio real.
Por otro lado, reflotarlo no significa volver a recuperar aquel partido de antaño, que era una máquina de ganar elecciones. Hoy es imposible. Su izquierda ha sido tomada por Podemos y eso no es algo temporal. La mayoría de los militantes del partido de Pablo Iglesias es gente joven, gente que nunca militó en el PSOE y que tampoco lo hará en el futuro. Así que, el nuevo jefe de los socialistas no le quedará otra que lidiar con esa realidad. 
Pedro Sánchez lo tiene realmente complicado. Si empuja el partido hacia la izquierda es probable que lo recupere un poco, no mucho, pero si no lo hace significará perder todavía más espacio político. La realidad es que si quiere llegar algún día a la Moncloa tendrá que ir pensando, otra vez, en pactar con Podemos. De otro modo le será casi imposible pisar la moqueta de ese palacete, a no ser que sea de visita. Los de Iglesias no se lo van a poner fácil, en política nadie regala algo a cambio de nada, por lo tanto, como es lógico, seguirán intentando adueñarse de todo el terreno de juego.
Al nuevo secretario general no le espera un camino de rosas. Sus enemigos dentro del partido no lo dejarán tranquilo, harán lo posible para no permitirle que pueda re-direccionar el partido hacia la izquierda. Le espera una guerra silenciosa, asimétrica. Y si no, al tiempo.
 

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