Cada uno en su sitio

Desde la caída del Muro de Berlín ocurren cosas extrañas en el seno de los partidos socialistas europeos. Las contradicciones son de tal calibre que hacen que algunas de sus decisiones sean surrealistas.  
Nos acordamos de Joscheka Fisher, aquel ministro de Asuntos Exteriores alemán miembro del partido Verde que en 1999 estuvo de acuerdo en que la OTAN arrojara miles de bombas sobre Serbia.  Este “ecologista” apoyó la operación militar sin que se le revolviera el estómago; curiosamente, en aquellos días era secretario general de esa alianza otro socialista, el español Javier Solana. Pero el cinismo de los socialdemócratas no paró en los Balcanes, puesto que 11 años más tarde, cuando París y Londres tomaron la decisión de destruir Libia, fue otro socialista, el señor Rodríguez Zapatero, quien también apoyó esa nefasta decisión. De la que todavía hoy nos estamos arrepintiendo.  
Por lo tanto, es muy llamativo que todas esas controversiales decisiones fueran apoyadas por unos políticos que dicen ser de izquierdas, que moralmente no deberían defender ningún tipo de intervencionismo, sin embargo, demostraron que la moral no cuenta demasiado para ellos en estos casos; sus actuaciones en la arena internacional así lo demuestran. La contradicción es tan insultante que cae en lo grotesco. 
La actuación de Zapatero fue todavía más chocante, puesto que cuando el presidente Busch decidió invadir Irak, él, que era el jefe de la oposición en aquel momento, fue uno de los políticos que con más fervor se opuso, criticando severamente la decisión del gobierno de Aznar de involucrar a España en aquel conflicto.
Por otro lado, hay que añadir que los que hoy dirigen la socialdemocracia apoyan los tratados de libre comercio (TLC), que tal y como están redactados van en contra de los intereses de los trabajadores; bendicen las políticas de los organismos financieros supranacionales, que con sus préstamos leoninos asfixian a los países deudores; miran para otro lado cuando esos mismos organismos presionan para privatizar las pensiones, la seguridad social y los sistemas públicos de salud; se callan ante el vandalismo financiero internacional de los fondos buitres. Están irreconocibles.
Todo esto nos demuestra una cosa: la incoherencia y la contradicción en la que han caído los partidos socialdemócratas europeos. Sus políticos evidencian que solo sirven a los intereses de las élites, que nada tienen que ver con el mundo de los de abajo. Hoy son muchos los que se preguntan, ¿cómo es posible que los que en teoría deberían proteger los intereses de la clase medida y la trabajadora hagan todo lo contrario?
Por lo tanto, no debería extrañar a sus políticos la baja reputación que están teniendo. Con semejante apoyo a la economía de casino, que es en lo que se ha convertido el capitalismo financiero, que además no debe ser confundido con el industrial, no es una sorpresa que cunda el desencanto y se produzcan deserciones masivas en las filas socialdemócratas. 
Es un contrasentido ser de izquierdas y al mismo tiempo apoyar políticas depredadoras. Aunque bien mirado ni siquiera es una contradicción, es un monumental engaño; tratar de conjugar semejante disparate es no valorar la inteligencia del personal. Yeso, además de ser un insulto, denota actuar con un cinismo sin límites. Como diría un buen amigo, con semejantes socialistas es como para salir corriendo. 
Mientras los que dirigen la izquierda socialdemócrata no demuestren un cambio, pero uno de verdad, seguirán de palmeros de los poderes fácticos, que por otra parte los utilizan como una especie de amortiguador para que –al menos en principio– los golpes les duelan un poco menos a los de abajo. Están proyectando la impresión de que han cambiado de bando y que lo que verdaderamente les importa es su bienestar personal, y que la ideología y los principios carecen de sentido.
Aunque algunos hubieran sido trotskistas en su juventud, cuando andaban por la universidad, tampoco les haría daño que de vez en cuando recordaran que nadie puede servir a dos señores (Mateo 6, 24-34). Muchos parece que lo han olvidado.
 

Cada uno en su sitio

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