Vivir es sentir curiosidad

de las personas que se despreocupan de todo y se limitan a observar cómo transcurre el tiempo, se dice que viven “sin pena ni gloria”. En efecto, su vida se reduce a ver pasar el tiempo según caen las hojas del calendario. Eso es durar pero no vivir. Vivir es sentir curiosidad por lo que nos pasa y por lo que pasa. Para ello, es necesario tener interés por conocer.
Es evidente que cuánto más se conoce, más se vive. El gran genio Albert Einstein decía que no tenía “ningún talento en especial, sino simplemente ser apasionadamente curioso”.  Y el Premio Nobel de Literatura, José Saramago, confesaba que “la vejez empieza cuando pierdo la curiosidad”.
Esta idea nos confirma que la curiosidad, como facultad inherente a todo ser humano, se despierta en la infancia y se conserva hasta la senectud.Ese afán o deseo de saber, natural a todo ser humano, según Aristóteles, recibe el mayor estímulo y se refuerza por la natural curiosidad que acompaña al hombre desde su nacimiento. 
Sabido es que la curiosidad intelectual, por conocer lo que existe y en qué consiste, excede de la capacidad y de la limitación temporal de la vida humana; pero esa necesidad y aspiración son el resorte y la materia prima de que se nutre y alimenta el progreso y avance de la humanidad. El afán natural de conocer en qué consiste la curiosidad es incapaz de alcanzar la cima del conocimiento en su totalidad, pues, como dice un viejo aforismo citado por Hipócrates, “ars longa, vita brevis”. Por eso, nunca se pueda dar nada por resuelto definitivamente, porque el saber humano es falible y limitado.
La vida hay que vivirla, lo que no es, simplemente, un deseo sino una necesidad, pues, como dijo Ortega, “la vida que nos ha sido dada, no nos fue dada hecha”. Tenemos que hacérnosla y, para ello, nada mejor que ser conscientes y aceptar que “cada día tiene su afán” y hay que aprovecharlo para darle vida a los años y no sólo años a la vida.
Finalmente, puede decirse que, sin la curiosidad intelectual, el progreso y la investigación científica y técnica serían imposibles y que, en el camino del saber, se cumple lo que dijo el poeta “que se hace al andar”, pues, cada descubrimiento o conquista logrados, más que la meta son etapas en la búsqueda de la verdad y, cada paso dado en esa búsqueda, es un aliciente para continuarla y no una rémora para abandonar ese propósito.
Parodiando la obra de Miguel de Cervantes, El curioso impertinente, diremos, que el deseo de saber nunca es impertinente pues, toda persistencia en conocer y alcanzar la verdad, es loable empeño de todo ser humano por su naturaleza racional.

 

 

Vivir es sentir curiosidad

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