Pompitas de jabón

 La realidad siempre supera a la ficción. Es una frase hecha, pero no por ello deja de ser cierta. Tras el revuelo creado con al asunto de la coladera en la venta de preferentes o las  obligaciones subordinadas, sigue sorprendiendo lo que sucede con el tema de las clausulas suelo en los créditos hipotecarios, así como determinadas prácticas que son auténticas estafas. Efectivamente, algunas entidades bancarias, no fijan límites en la aplicación de los intereses variables, pero aplican el interés de manera muy “peculiar”. Tanto, que causa autentico bochorno.  Son las conocidas hipotecas basura, que lejos de reducir aumentan el capital prestado.  
Para lograrlo, inicialmente, aplican una cuota que no cubre la totalidad de los intereses que deberían devengarse mensualmente. Esto lo venden como un gran favor. Y aquí está el truco, ya que en el nuevo cálculo de intereses, del periodo siguiente, en función del plazo de revisión que puede ser de un año o seis meses, a la base del capital prestado  le suman los intereses no pagados en el periodo anterior, generando esta cantidad más intereses. Así, en cada periodo, ¡aumenta el capital a base de intereses que se van sumando!. 
Y esto también ha ocurrido, como con el resto de productos bancarios por la misma causa: la confianza del cliente con el empleado de turno del banco. 
Y es una de las tantas tropelías cometidas, sin duda no achacables en gran medida al trabajador bancario, pero una realidad. 
Por eso, ahora la gente desconfía del banco.  No hay más que acercarse una mañana cualquiera a una sucursal bancaria para darse cuenta del cambio. 
Ya no es el empresario o el inversor el que acude a la entidad a mover sus dineros, sino que es el abuelo que no se maneja con la cartilla o el ciudadano anónimo, ni siquiera cliente, que necesita pagar un recibo, una multa o simplemente cambiar dinero. 
Una o dos personas en ventanilla y cinco o seis en los escritorios, asesorando a clientes, con cita previa. Los bancos han dejado de ser algo familiar, para convertirse en auténticos enemigos. 
Cobran por todo, y con casi todo siguen abusando del cliente. Comisiones prohibidas, créditos personales con intereses abusivos, gastos de mantenimiento en cuentas en las que no está justificada la gestión, etc. 
 Recordamos que hasta hace pocos años trabajar en un banco era un chollo: buenos sueldos, horario de mañana y puesto fijo. Ahora todo ha cambiado, y los empleados están pechando con las consecuencias de la mala imagen que han generado sus directivos. 
Y hay que “cumplir los objetivos”,  y para ello armarse de tragaderas y “vender” productos  a sabiendas de que perjudican al cliente, porque sus Jefes deben seguir ganando dinero. De ahí que el Real Decreto-ley 1/2017, de 20 de enero, de medidas urgentes de protección de consumidores en materia de cláusulas suelo, para posibilitar la solución de controversias entre consumidores y usuarios en relación a los contratos de préstamo con garantía hipotecaria que contienen las denominadas “cláusulas suelo, que se vendió con mucho ringo rango, en la práctica no sirve absolutamente para nada. Constituye una trampa, ya que la devolución depende absolutamente del Banco, debe esperarse el plazo que fija el Decreto, es el Banco quien “calcula” y está ofreciendo acuerdos a los clientes que en la práctica constituyen más abusos. A pesar del Código de buenas prácticas y transparencia que ya existía. 
El objetivo sigue siendo el mismo: “exprimir al cliente”. Menos mal que la gente no es tan ingenua, y aún quedan empleados de banco que poseen ética suficiente para no contratar un plazo fijo a una señora de noventa años, a 10 años, con tarjeta de descuento en un “Ciber”. Pero también están los que venden lo que haga falta, ya sea porque sienten la presión de llegar a los objetivos o porque quieren hacer méritos. Y los culpables, campan a sus anchas porque nadie (en términos legales) les parte la cara. De  paso, nuestros gobernantes soplando pompitas de jabón. 
Emma González es abogada

Pompitas de jabón

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