La hora de hacer algo

No ganamos para disgustos. La democracia española pasa por uno de sus momentos más difíciles y da la sensación de que somos los ciudadanos los que hemos de sufrir las consecuencias. Los mismos que hemos padecido los efectos más duros de la crisis, los mismos que aportamos serenidad durante la transición, los mismos que hemos demostrado una generosidad desmedida con nuestros gobernantes, parece que ahora seremos también los sufridores de las consecuencias de la factura que nos han generado una manada de corruptos de colores diversos que están llevando nuestro sistema a la desestabilización. Y lo peor es que nuestro dolor se está convirtiendo en crónico y, cuando no sufrimos por una cosa, sufrimos por otra. 
Todas seguidas, sin darnos oportunidad de recuperarnos del disgusto anterior ya nos anuncian el siguiente y así sucesivamente. Es como si aceptáramos que la penitencia de los pecados de otros cayera sobre nuestras espaldas con resignación cristiana y sin rechistar. 
Pero alguien ha tomado mal la medida y no ha contado con una variable que puede dar la vuelta absolutamente a esta injusta situación: el hartazgo. Y ahí estamos, hasta las narices de sufrir y padecer, la ciudadanía parece haber tomado conciencia de la realidad y pretende rebelarse contra ella. 
Si hasta ahora la mayoría asistía a la política como espectadora, como bultos que llenaban los aforos para que la imagen publicada aparentara éxito de asistencia, parece que, esa misma mayoría hemos dicho basta, no queremos vivir en penitencia permanente y con sobresaltos diarios en forma de crónicas judiciales o traiciones reveladoras. En definitiva y por primera vez desde mediados de los setenta la sociedad civil está decidida a intervenir, a no dejar todo en manos de los demás esperando soluciones creativas a nuestros problemas. 
De un mapa político cerrado, eso creían algunos, los españoles han abierto fronteras y han constatado que la idea del bipartidismo está superada. Este fue, sin duda, el primer paso de la pacífica revolución que puso en evidencia el descontento con lo que había y que demandaba mayor esfuerzo y cercanía de nuestros políticos, la empatía como valor político empieza a ser asumida como un elemento determinante en la relación entre administradores y administrados. Superado el bipartidismo, es ahora el momento de testar la capacidad de las nuevas fuerzas para formar parte de la solución y no del problema. Y eso lo vamos a decidir entre los sufridores penitentes, entre todos. 
Para eso hay que actuar, ya no vale ir cada cuatro años a votar y punto. Cada uno debe apostar por aquello en lo que cree y trabajar por ello. 
Si los partidos han funcionado mirándose al ombligo como si el mundo empezara y acabara en el propio partido. Ha llegado el momento de abrirse a la sociedad, de ser permeables a emociones y a sentimientos, de abandonar prepotencia y recuperar humildad. Si todos participamos, nuestra democracia será mejor y las decisiones de todos serán nuestras. 
Nada cambiará si los ciudadanos siempre hacemos lo mismo, dijo Einstein y es verdad. Este cambio ambicioso se producirá sin duda, habrá partidos que lo entiendan y lo asuman, pero también habrá otros que no lo quieran entender ni asumir. En su pecado tendrán su penitencia, pero, en esta ocasión, la pagarán ellos. Sin duda, es la hora de hacer algo. ¿Quien? ¡Tu!
 

La hora de hacer algo

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