El PP y su dilema

Que la política es ingrata ya lo sabemos. Que no siempre la actitud correcta se ve recompensada con el reconocimiento de la ciudadanía es, quizá, el mayor exponente de esta ingratitud. Hasta hace muy poco tiempo, el PP competía en solitario en el espacio del centro-derecha y por ello su sufrimiento electoral era relativo y a la hora de votar la ciudadanía que comparte su espacio mantenía su voto a la formación Popular, a veces con cierto esfuerzo producto de algunas incomprensiones de sus decisiones por parte de su electorado.
Daba un poco igual porque, al final, la utilidad del voto animaba al cuerpo electoral de este espacio político a introducir la papeleta de la gaviota en la urna. Esto mantenía el suelo electoral del PP en un nivel más que aceptable. La aparición a nivel nacional del partido naranja ha cambiado el mapa electoral. De ser una fuerza simpática en Cataluña, donde creció exponencialmente, ha pasado a ser un competidor directo para el PP y, esta realidad, debe de producir efectos y reacciones en las filas populares si no quieren ver crecer a su competidor más directo en detrimento de sus propios intereses.
Hoy por hoy, el PP podría estar abonando, calculo que, sin pretenderlo, el crecimiento de Rivera. Si las encuestas catalanas se acercan a la realidad, ya sabemos de la calidad de la demoscopia últimamente, y Ciudadanos supera en 20% y el PP se acerca al 5%, las consecuencias de este resultado podrían extenderse al Estado y elevar las expectativas de los emergentes en detrimento de los objetivos populares. Esto, que no parece complicado de asumir, es un mensaje que los responsables azules no quieren aceptar, pero que sus bases valoran con preocupación. El problema crónico que el PP arrastra con su comunicación se hace evidente en la situación actual. Rajoy ha aplicado serenamente el 155 en Cataluña y ha cumplido con su obligación como se esperaba, sin embargo, la firmeza de Rivera en su exigencia de aplicar este maltratado artículo constitucional le ha procurado réditos indiscutibles. Es la ventaja de ser oposición y no gobierno. Rajoy no puede ni debe actuar por impulso, Ciudadanos no tiene responsabilidad sobre la acción del gobierno y eso le da libertad de actuación y de sobre-actuación y de esa manera dar satisfacción a una parte de la población que quería más contundencia en la respuesta al separatismo catalán.
La posición de los naranjas en el tema del “cupo vasco”, es otro ejemplo de la falta de responsabilidad de gobierno de los de Rivera y su postura sobre la cuestión es discutible, pero es cierto que agrada a algunos. Por el contrario, Rajoy, comprometido con el orden constitucional y la estabilidad política cumple con su obligación de nuevo y encuentra el apoyo de casi todo el arco parlamentario para aprobar en “cupo vasco”, a excepción de Ciudadanos y los nacionalistas valencianos de Compromís, extraños compañeros de viaje pero que, en esta ocasión, pretenden pescar en el mismo río. Una vez más, haciendo lo que tenía que hacer, Rajoy a podido regar la planta naranja. Rivera arriesga poco más de dos millones de votantes en el País Vasco, donde es irrelevante, para acercarse a cuarenta y cinco millones de españoles del resto del territorio.
Rivera sabe que para crecer debe tener carta de naturaleza no solo en Cataluña, Valencia y Madrid y por ello tomará riesgos más o menos controlados para crecer en otros territorios del Estado. El PP mientras porfía su suerte a la acción de gobierno y, aún con algunas voces discordantes que hablan en bajo, parece entregarse a esa suerte. Vencerá el que tenga talento para sumar más.Todo un dilema.

El PP y su dilema

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