Una lengua prevaricada

darío Villanueva forma junto a Manuel Fraga y Rouco Varela el trío de ases de la baraja de Vilalba. El cuarto, para completar el póquer, sería el capón, pero al carecer de naturaleza humana ocupa un puesto menos relevante. El ave no conoce mucho mundo hasta después de su muerte y eso si tiene suerte y alguien lo envía como regalo de Navidad a unos parientes que viven fuera de Galicia. En cambio, los otros tres son personas muy viajadas; de hecho, Villanueva llegó hasta Madrid, donde lo nombraron presidente de la Real Academia Española. Plantarse en la capital del Reino es ahora más fácil que cuando se fue para allí don Manuel, pero aún sigue teniendo su mérito, pues ni AVE hay para recorrer la distancia. El caso es que Villanueva, en su empeño de limpiar y dar brillo y esplendor al castellano, ha admitido en el diccionario términos que rechinan un poco de más. Él mismo lo reconoce al afirmar que “la prevaricación idiomática retrata a quien la comete”. Tiene razón, pero entonces que no se permita que iros signifique lo que no significa.  

Una lengua prevaricada

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