con demasiada frecuencia se están repitiendo en Euskadi los homenajes a los etarras que salen de prisión y vuelven a sus casas. No se trata de hijos pródigos que regresan tras recorrer mundo. Son asesinos que no se han arrepentido de sus crímenes y que reciben, para pasmo de cualquier persona que todavía tenga un ápice de humanidad, un homenaje, se podría suponer, por el trabajo hecho. Es así de duro y cruel. Nada diferencia al que aprieta el gatillo de quien no duda en vitorearlo y admirarlo. Muy enferma está la sociedad vasca cuando todavía hay gente capaz de considerar a un asesino como un héroe. Y lo peor es que este tipo de homenajes se realizan sin la más mínima oposición. Había un tiempo en el que una mayoría silenciosa de los vascos callaba por miedo. Ahora, o la democracia no va tan bien como podemos pensar y sigue habiendo miedo o, peor todavía, un asesinato se ha convertido en algo tan banal que ya no importan ni quien lo comete ni la memoria de la víctima.