Desde la ventana dorada de Loureiro

Después de su última muestra “Homenaje a la escritura”, rigurosamente geométrica, Loureiro ( Narón,1943) nos sorprende ahora con un retorno al paisaje, en su muestra actual de la galería Atlántica que titula “La ventana dorada: visión de un nuevo paisaje”, en la cual presenta varios polípticos con tres temas: montañas, llanuras y árboles.
Se trata, según dice, de un retorno nostálgico a sus inicios de pintor donde el sentimiento de la naturaleza fue fundamental; no obstante, ante la obra expuesta, tenemos la impresión de que sus paisajes tienen un punto de des-realización y se aproximan más a una idea de paisaje inventado (o recordado o evocado, si se quiere) que copiado; incluso podríamos decir que se convierten en espacios de ensoñación, en territorios simbólicos.
Simbólicos sobre todo nos parecen sus arbolitos de frondosa copa, que aparecen casi siempre solos, como perdidos en la llanura, mudos testigos de esas soledades que no pueden hablarse, que emergen de allá de lo hondo del valle o de la línea de las montañas que cierran el horizonte; algunas veces, muy pocas, se agrupan por parejas o en fila de tres y tienen la singularidad de que recogen, en sus redondas copas, toda la pura luz dorada o anaranjada del espectro solar, en contraste con las revueltas tonalidades que los rodean.
Pues una característica de la exposición es que por estos cuadros circulan las temperaturas del color, casi siempre cálidas, con tendencia a terrosas, en un ir y venir de auras turbias, envolventes, nunca puras, sino teñidas de las máculas del tiempo, de los arrastres y vaivenes que van dejando los avatares climáticos, todo ese suceder que se produce fuera, en la intemperie, pero que tiene también sus reflejos en el alma. ¿Qué es, pues, la ventana dorada?, es el marco de protección, el lugar incólume desde el que se observa y se preserva aquello que nos fue grato, que nos conmovió, pero también aquello que ha dejado rasguños y heridas. Por ello, aunque en estos paisajes se siente una silente calma, hay celajes turbios y cielos ensuciados por nubes tormentosas y trazos del pincel que marcan ligeros surcos. Frente a ellos, incólume, quieta, de una lisura irreal, la ventana dorada enmarca la mirada, pone freno a los aconteceres y hace ver la naturaleza con la óptica del ideal; la ventana es el mundo de lo conocido, de lo intacto, de lo incontaminado y lo que está tras ella es el universo de lo cambiante, de lo inabarcable y, sobre todo, de los constantes vaivenes de la luz.
La ventana es también el pensamiento que elige, que cierra lo que le gusta, lo que ama, es, por excelencia, el símbolo de la pintura desde León Battista Alberti, un modo virtual de posesión. Que Loureiro haya elegido para cada obra, estrictamente, la forma geométrica del cuadrado dividido en tres por dos bandas verticales, y que haya compuesto igualmente sus políticos como grandes cuadrados, significa decir que todo encuadre nace de un modo de percepción ..

Desde la ventana dorada de Loureiro

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