Peña Romay, en Arte Imagen

La galería Arte Imagen ofrece la muestra “Paisaxe habitada” de Peña Romay (Lugo, 1952), un pintor autodidacta que, desde 2006,compagina su trabajo de técnico en  electrónica con su pasión plástica; esta pasión se nota en la obra expuesta donde, paisajes urbanos de Coruña. Santiago, Lugo, Ferrol, Vigo... parecen vibrar con intensidades emocionales que se salen de los esquemas geométricos y de la dureza insensible de los muros. 
Es justamente en la poética de la visión interiorizada donde un tema tan manido como el del paisaje puede encontrar vías de expresión novedosa, de gracia oculta. De lo que se trata es precisamente de eso: de encontrar el alma del paisaje, que fue el gran descubrimiento de los románticos, porque hasta entonces sólo venía siendo el escenario de aconteceres; con los impresionistas, este sentimiento del paisaje todavía se hizo más intenso si cabe y el género alcanzó cotas ya difícilmente superables; más tarde empezó a ser considerado un género menor y los grandes pintores lo cultivaron poco o nada o lo enmascararon de abstracción. 
Volver al paisaje es volver al latido de la luz, a la magia de las lejanías y de los cielos, a las infinitas combinaciones del color, pero siempre dejando que circule ese algo indefinible, impalpable, que es el espíritu del lugar. 
Y eso es lo que busca Peña Romay, que, cuando pinta la Rúa Nova santiaguesa, hace levitar la piedra, convirtiéndola en un blanco camino que se dijera  tránsito hacia un  lugar de inocencia; o nos propone volar, desde la emboscada cúpula de la Casa de las Ciencias en el parque de Santa Margarita, por una quebrada geometría de planos cromáticos de gran libertad hacia un envolvente fondo en el que nubes y humos se funden en un misterioso velo. 
Ese mismo pálpito de orilla-mar o de ansiados horizontes puede sentirse en el cuadro Coliseum donde, tras las apiñadas edificaciones, aparece la cinta negro-azulada del mar, bajo un cielo turbio, entrecruzado por revueltas masas opalinas. Otras veces, sitúa su enfoque en sitios cercanos, como en “Lugo desde la terraza del Méndez”  y entonces, el espacio se humaniza y se percibe el amor que el lugar le inspira y hasta se adivina el invisible paso de los ausentes; así, si en ocasiones –él lo dice– se sitúa frente al mar, cuya fuerza lo atrae, en estos casos es el deambular por las calles, el sentarse en las acogedoras terrazas, el escuchar a los músicos de la calle y sentir el ir y venir de los transeúntes lo que lo emociona. 
Ese paisaje: el que  está elíptico, el que se esconde tras las apariencias de las formas y tiembla en los trazos móviles del color, ese es el que lo motiva hondamente: ese es su paisaje habitado.

Peña Romay, en Arte Imagen

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