Acuarelas de Francis M. Marrouch

En la galería del colectivo ARGA, sita en San Andrés, expone Francis M. Marrouch ( Paris 1953), un geólogo con alma de pintor que se confiesa enamorado de la naturaleza, cuyas pulsiones ha estado investigando por remotos lugares de América y África y que, actualmente, vive en A Coruña, recogiendo en cuidadas acuarelas la singular poesía de muchos de sus rincones y, ante todo,.0 su irrepetible luz.
Una luz que él sabe captar con sabiduría plástica, demostrando a la par su dominio del medio, que requiere la frescura del improntu y el hábil manejo de la mancha; ambas cosas las realiza con la gracia y soltura de quien conoce muy bien esta difícil técnica, pero además ama el oficio y disfruta con las sorpresas de la aguada, no agotando jamás su abanico de sugerencias. De este modo, la realidad en la que se inspira, aunque siempre reconocible, nace de nuevo en el papel y escribe sobre él las emociones que la visión ha dictado a la mano. Así podemos descubrir que nuestra calle Real tiene sombras acogedoras de color violáceo, en las que se refugia el negrito vendedor de paraguas y que estas sombras configuran un espléndido pórtico que se abre al deslumbramiento de la blanca luminosidad de los Cantones, cuyas fachadas levitan hacia las alturas.
O podemos seguir el vuelo de las aves y de los celajes celestes sobre los horizontes marinos, al tiempo que las barquitas de los pescadores sestean en la bajamar; y sentimos ese doble empuje: el del ansia de viajar hacia las lejanías y el gozo de tomar tierra y reposar como lo haríamos en el seno materno. Son motivos que se palpan, que laten en las tonalidades atlánticas que él prodiga: los azules cobalto, los grises plomizos, los morados,... y que hallan su perfecto contrapunto complementario en las tintas color siena, color arena y ocre terroso.
Francis M. Marrouch escribe con agua coloreada aquello que siente y deja huellas de su sentir sobre la página blanca que figuran luces de amanecer sobre las aún brunas marismas, restos de algas y perfiles de mariscadores que se inclinan sobre los bajíos para arrancarles sus tesoros o que caminan en grupo, como héroes de una epopeya anónima, hacia el espléndido resplandor del primer sol mañanero que abre una casi milagrosa y blanquísima brecha en las plúmbeas humedades. Otras veces, se detiene en las plazas de la ciudad, en los jardines, en los muelles, en la Dársena; o se acerca a los caminos rurales por los que un pastor conduce su rebaño de ovejas, bajo las umbrosas copas de añosos árboles que se convierten en filtros de la irradiante claridad. La tierra se abre así, con sus miles de incitaciones, y el milagro sólo está en un papel blanco, unas tintas, un pincel y una mano sabia.

Acuarelas de Francis M. Marrouch

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