Naciones Unidas, ser o no ser

Naciones Unidas tiene al frente al portugués Guterres. La década de Ban Ki-moon termina con sombras y escasos logros. La impotencia y el bloqueo vergonzoso frente a la brutal guerra siria, algunas vergüenzas en el pasado de tropelías cometidas por cascos azules, y un pequeño etcétera han ensombrecido el mandato de un hombre al que le faltó coraje y posicionamiento, si bien fue escasamente apoyado por quienes controlan el poder en la ONU. Las guerras siguen existiendo, las migraciones masivas, la violencia étnica, frente a las mujeres, el abuso de los derechos humanos, las crisis de los refugiados, el cambio climático. Probablemente nadie las erradicará, como tampoco la pobreza. 2015 era el gran año hace una quincena para lograr pobreza cero. Una entelequia más dentro de un edificio donde la utopía y el realismo tienen idéntico protagonismo.
En la época del segundo Bush éste condenó a la irrelevancia a Naciones Unidas. Probablemente la irrelevancia es más culpa de quiénes controlan el Consejo que de la propia institución. Aquél exterioriza una composición y una relación de fuerzas anacrónica y disímil que reflejaba el orden de 1945 pero no el actual. Como la escasa sintonía entre la Asamblea con más de 190 países, y el reducto del Consejo. Las potencias han manipulado y sesgado la neutralidad y la misión que tuvo el Consejo de Seguridad. Ban deja un legado complejo, igual que el que heredó. Pasión y compasión acaba de recetar a Guterres. Éste bregado la última década en el tema de los refugiados y que ha sido su pasaporte y trayectoria de éxito para alcanzar la Secretaría. Son tiempos de crisis, pero no han sido mejores otros en el pasado. Tiempos de incertidumbre a nivel mundial, donde el elitismo compite con el populismo.
La escalada dialéctica y el atisbo de rearme de Estados Unidos y Rusia anunciado por el presidente electo y por el ruso no aventuran tiempos fáciles ni cómodos para la institución. Los desafíos son manifiestos, a veces funestos. Pero hay uno donde radica el nervio mismo de la organización, su reforma. Su aggiornamento, la creación de una organización viva, eficaz, eficiente y que represente el mundo actual, con sus equilibrios y contrapesos. Donde el Consejo pierda peso y la Asamblea sea algo más que un aplaudómetro vacuo. Los equilibrios han de acompasarse de realismo y veracidad. No de imposición, de veto o de incapacidad de diálogo y de decisión.
La paz sigue siendo la columna vertebral. El arquitrabe de un edificio que puede volverse arena. Equilibrar las bravatas rusas y norteamericanas y la abstención histórica de una administración, desentrañar los entresijos chinos y ser una voz con autoridad y peso en la comunidad internacional exigirá algo más que cintura, audacia y carácter. Una voz clara frente a la deriva de Corea del Norte, un posicionamiento cierto ante Irán, ante Oriente Medio, ante Cuba, ante Venezuela, ante tragedias humanas como Haití, como en algunos países africanos, el cambio climático, la pobreza, la educación, los refugiados, las armas, marcarán sin duda el primer quinquenio del portugués. Devolvamos a la ONU el prestigio que una vez tuvo. Dejemos de chantajear y hacerlo rehén de los intereses o el desprecio de unos pocos. Diplomacia de alturas, pero que sea algo más que una caja insonora donde chocan demasiados ecos sordos y sórdidos. Hoy es más necesaria que nunca una organización neutra, firme y enérgica. Precisamente lo que los más poderosos y los que están dispuestos a saltarse toda legalidad internacional no desean. La suerte está echada.

Naciones Unidas, ser o no ser

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