Barbarie

Multívoco término, polisémico, pero ante todo, ausencia de educación, de principios, de moral, de comportamiento, de conducta. No, no los busquemos en el diccionario de la Real Academia Española, no hace falta. No encontrarán esta acepción: joven de dieciocho años que propina un puñetazo a un anciano de ochenta y uno que le causa la muerte.
El contexto, al parecer, una velocidad excesiva, una discusión o quizás un llamamiento a la educación y responsabilidad del viandante octogenario que cruza con bastón, y todo se precipita.
En el colmo de la cobardía, el joven, acompañado de una mujer a la que trata de identificar la policía, huye. Omisión de socorro, de auxilio, en definitiva.
Esta es la sociedad en la que vivimos, de la que somos corresponsables, eso sí, cada uno en su medida. Mayor o menor. Fue en Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid, pero podría suceder en cualquier lugar.
¿Quién no ha increpado a un conductor que conduce a velocidad de vértigo, se salta semáforos en rojo, pasos de cebra, o revoluciona el coche hasta límites de ruido y bravuconería infinita y absurda? Una vida rota, quebrada, robada sin fundamento ni justificación alguna. Otra vida destrozada ya para siempre, la del agresor.
Esta es una realidad que late y golpea, que no queremos ver, tampoco escuchar. No es este un momento donde busquemos la reflexión, al contrario, solo la prisa, el egoísmo, el imbuirnos en la posesión de una única verdad, la nuestra.
Pero estamos vacíos, abismalmente vacíos por dentro. Vergonzosamente vacíos. Lo hemos buscado. Es lo que queremos. Asociales pero en una sociedad que arrodillamos a nuestros egos, a nuestros intereses, mezquinos, fríos, insensibles, partidistas, egoístas en definitiva. Sociedades de cristal, vaporosas, ausentes, sin crítica ni responsabilidad. Sin sosiego ni ejemplaridad. Carpe diem. Pero un carpe diem falaz, altisonante, efímero. Alocado.
Cómo se puede terminar con una vida así de rápido, así de increíblemente de modo tan absurdo! Una discusión. Una violencia física desproporcionada y brutal. Envilecida y alarmante. ¿Cuándo hemos fallado? ¿Por qué estamos fallando como sociedad, como seres para la tolerancia, el respeto, la convivencia? ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Qué hacer?
De nada sirve el lamento. Es falso, es hipócrita. No queremos ver, no queremos escuchar. No queremos tomar impulso hacia nuevas metas. Pensar cansa. Reflexionar aburre en una ecuación líquida y vacua. Definitivamente seguimos empeñados en empedrar un camino que nos deshumaniza, que nos insensibiliza y embrutece.
Doblarán las campanas, pero no importará, porque nadie querrá escuchar, nadie estará escuchando ni querrá hacerlo. Barbarie en estado puro. Un tóxico que hemos inoculado y asimilado en nuestra conciencia.

Barbarie

Te puede interesar