En ciertos ámbitos, algunos de gran influencia, se considera que las mujeres somos un colectivo (como podría ser el colectivo de las autónomas, el de los cazadores de aves, el de las deportistas de élite o el de los pescadores de truchas). Pero, aunque parezca mentira, a estas alturas aún es necesario aclarar que el 51% de la población (humana) total del planeta no puede tratarse como “un colectivo”.
De igual manera, cuando hablamos de diversidad -este concepto refundado en nuestra era de la posverdad (en el que caben la discapacidad, a la homosexualidad o colectivos LGTBI+) no se puede incluir en la lista a la “igualdad” como si, de nuevo, las reclamaciones de la mitad de la población fuesen la de un colectivo más.
Persistir en este enfoque es un error de fondo que no ayuda en nada a la equidad entre sexos, más bien al contrario. Esta concepción hace que se aborden las necesidades y reclamaciones de las mujeres como un elemento marginal y no como la llave para corregir una desviación histórica y cultural al considerar que la mujer debe estar sometida a la autoridad masculina. La naturaleza nos ha hecho físicamente distintos, pero al mismo tiempo indispensables el uno al otro. En ningún caso uno superior al otro.
De este punto de vista en el cual las mujeres somos parte integrante del todo, deriva la idea de que debemos pronunciarnos igualmente sobre todo y no limitarnos a debatir, pensar y ocuparnos exclusivamente de los aspectos femeninos o que sólo atañen a las mujeres.
La igualdad entre mujeres y hombres reside en que nosotras seamos generadoras de reflexión y debate sobre todo lo que nos rodea, desde el fútbol a la economía, desde la sanidad a la religión, desde la emigración a las artes. De esa reflexión y de ese debate surgirá aquello que debemos aportar al conjunto de la sociedad donde actuamos y de la que formamos parte, no como un grupo minoritario, sino como una mayoría equivalente a la masculina.
Esa mayoría como la de hombres debe pronunciarse sobre todas las cosas, en esto consiste la llamada “trasversalidad de la igualdad”, concepto tan utilizado por la dirigencia política. Donde de verdad reside la paridad y la participación plena de las mujeres es cuando reflexionan públicamente, cuando consiguen tomar decisiones sobre todos los asuntos que afectan a la sociedad, no solamente a los que atañen directamente a asuntos femeninos. Lo contrario es relegarlas exclusivamente a opinar sobre ellas mismas. Y, eso ya lo venimos haciendo desde hace siglos.