Santa Comba: la ermita separada por el mar

Santa Comba: la ermita separada por el mar
Una imagen del templo anterior al 2010, cuando todavía existía la escalinata de madera que daba acceso a la ermita

Ferrol y su comarca cuentan con decenas de ermitas que en ciertas épocas del año se convierten en puntos de peregrinaje de fieles y son lugares de interés turístico el resto de meses. Son, por naturaleza, espacios cincelados por las leyendas y mitos cuyo origen ya se perdió en el tiempo, pero que los vecinos de esas zonas se esmeran por conservar.
La de Santa Comba es quizá, por varios motivos, uno de los enclaves de este tipo más significativos de la comarca, con permiso de la de Chamorro y la de O Porto. Su ubicación no pasa desapercibida. Situada en la conocida como “Insua do Medio”, forma parte de un pequeño archipiélago de tres islotes fruto de la erosión del mar, del que también forman parte la “Insua de Fora” y la “Insua d o paso Estreito”. La actual edificación ha sufrido diversas modificaciones, pero todavía conserva la esencia de la sencilla ermita románica del XI erigida sobre los restos de un castro costero del que se han realizado importantes estudios y prospecciones.
La primera referencia a este templo de Santa Comba aparece en torno al año 1100 en un documento oficial de adhesión a la sede episcopal de Compostela y en él se cita, entre otras figuras eclesiásticas de la zona –como Narón, Serantes, Doniños o Leixa-, al presbítero de la iglesia de santa Columba, de nombre Pedro. Esta denominación latina, cuya traducción literal es “paloma”, ha evolucionado a lo largo de la geografía española como Coloma, Colomba o Comba, tal es el caso de la de Covas u otros enclaves gallegos.

a quién se venera
Lo cierto es que la procedencia de este culto a Santa Comba ha suscitado desde siempre diversas teorías, siendo la de Santa Columba de Córdoba la más aceptada por estudiosos y fieles. Una figura clave de la iglesia mozárabe, decapitada en el 853 en una persecución contra los cristianos, cuyo culto los monjes benedictinos se encargaron de promover levantando diferentes capillas y ermitas, entre las que estaría la de Ferrol. La leyenda transmitida oralmente durante siglos, y que no siempre ha contado con el beneplácito de la iglesia, cuenta que la santa llegó a esta isla de la costa ártabra en una barca de piedra, acompañada por San Silvestre, quien pudiera ser su hijo. Una figura, la de la embarcación pétrea, enormemente arraigada en la cultura de los territorios celta, que de forma ineludible ha acompañado al devenir de algunos mitos gallego. No en vano, a otro santo irlandés, de nombre Columba, también se le atribuyen viajes en una barca de piedra por las costas de la isla escocesa de Iona. Sin olvidar al apóstol Santiago, cuyo cuerpo navegó en una barca de piedra por el río Ulla hasta Padrón.
Allí permanece, aún hoy en día, ligeramente soterrada, esta gran pila de piedra que bien pudo servir a los antiguos como un faro rudimentario en el que quemar algunas maderas que sirvieran de aviso a los navegantes. Sea como fuere, la leyenda de santa Comba siempre ha despertado una enorme devoción en la parroquia y prueba de ello es la tradicional romería celebrada en su honor.
De un tiempo a esta parte se viene celebrando en julio, aunque fue el último domingo de agosto el día elegido durante cientos de años para rendirle culto. Y es que son varios los milagros que se atribuyen a esta santa, como no podía ser de otra manera, relacionados de una forma u otra con la mar como medio de vida. Prodigios que salvaron a marineros en apuros frente a las costas ferrolanas o que llenaron los cestos de los pescadores de abundante género en épocas de gran hambruna.

un templo aislado
Quizá parte del atractivo del templo se deba, además de la cuestión de la fe, a lo dificultoso de su acceso, pues, como es de sobras conocido, solo durante las mareas bajas uno puede poner pie en la isla. Este condicionante natural, que lo hace por momentos inalcanzable, ha despertado desde siempre cierta fascinación entre los que se encuentran al otro lado, en tierra firme, observando la soledad del templo.
Los responsables políticos parecen empeñados en seguir contribuyendo a este aislamiento –podría pensarse que por el bien del misticismo del lugar–, ya que solo así se explica que después de seis años no se haya repuesto la escalinata de madera que un temporal asoló un mes de enero de 2010. Hoy son pocos los intrépidos que se atreven a acceder al santuario tras una escalada vertical de más de 20 metros con la única ayuda de una cuerda “farraposa”. Visitar estos días la ermita –por fuera, ya que permanece cerrada– sí que es una cuestión de fe.

Santa Comba: la ermita separada por el mar

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