Pepe Linos

Pepe Linos
Diario de Ferrol-2016-05-02-021-6d24b5c1

A una edad casi tan respetable como su persona se nos ha ido el Capitán de Navío Pepe Linos (en puridad Enrique Pérez Linos), a quien veía en encuentros fugaces (y productivos) donde Ferrol cuando se encampana se llama Canido. 
Nos encontrábamos, digo, y la cosa tenía su aquel de ilustrada. Podía ser un dato que le faltaba a Don Pepe sobre la fábrica de Xuvia, o sobre tal o cual incidencia literaria, o de cómo echábamos de menos los dos a Loló, su hermana. Una de las personas más fascinantes que yo haya conocido, a quien debí el tiempo de imposible medida de Teatro Estudio. 
Que un marino sea ilustrado, la Ilustración, luego el Romanticismo, vinieron a España por el mar, es tan lógico como que luego de llover escampe o que la lluvia caiga en el mar con aires de pleonasmo. Esas cosas que si me las oyese ahora harían sonreír a Pepe Linos con sonrisa escéptica. La misma con la que rechazaba honores y prebendas y encargaba una esquela (nosotros decimos papeleta) tan sencilla como la que me sobresalta estos días, anunciando –simplemente– que ha muerto Don Enrique Pérez Linos, viudo de María Gabriela Muñuzuri Barañano. Y una cita teresiana: “Quien a Dios tiene, nada le falta…”. Ninguna referencia, yo quiero hacerlo constar, que en el naufragio del “Ariete”, 26 de febrero de 1966, jugó un papel decisivo la fragata “Legazpi”, mandada por el entonces Capitán de Fragata Pérez Linos, quien acudiendo en socorro del citado “Ariete”, consiguió remolcar a este durante un tiempo, evitando un desastre mayor. 
A Pepe Linos “por su pericia y arrojo marineros” le fue otorgada la Cruz Roja al Mérito Naval. A esto le llamaba Unamuno la intrahistoria, no otra cosa que el anonimato de quienes haciendo épica optan por la lírica de la sencillez en la entrega diaria. Así este hombre educado y elegante, en su porte y maneras, que se nos ha ido prudentemente de una vida que empieza en 1920 y se extingue el pasado 27 de abril. 
Yo ya he hablado con Palela, su hija mayor, con quien me unen lazos de gran afecto, y desde aquí envío mi cariño a sus otras hijas, Boti y Fátima. Y a su hijo, Enrique, más conocido como Pichini (no sé si escribirlo a la italiana, Piccini) con quien compartí aulas y alguna foto que amarillea en álbumes familiares. Pichini (o Piccini) se marchó a Santander, y de él me llegan señales luminosas. 
Se nos ha ido el gran Pepe Linos, y aquella generación ferrolana endurecida antes de tiempo, que nos ha ido abriendo paso, ha perdido uno de sus grandes. Aunque él lo ocultase

Pepe Linos

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