Capitán de Navío Araguas Neira

Capitán de Navío Araguas Neira
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El 4 de marzo de este año, malo en su comienzo, otras son las muertes que me lo están jalonando de mariposas negras, murió Antonio Araguas Neira, mi padre. Capitán de Navío, su último empleo en la Armada, y a mí me parece (a Rafael Alberti probablemente también, uno de los poemas de Marinero en tierra se llama “A un Capitán de Navío”) un título hermosísimo con el que adentrarse en el mar último. También el primero para aquel muchacho, casi un niño, que a punto de cumplir los diecisiete años embarcó en Ferrol, en el destructor “Velasco”, a las órdenes del Capitán de Corbeta Francisco Núñez Rodríguez, para hacer la campaña del Cantábrico y después, con base en Palma de Mallorca, la del Mediterráneo. En Palma el marinero Antonio Araguas coincidiría con el también marinero, Ángel Oliver, de Montecoruto, finalista del Nadal de 1954 con una novela ferrolanísima, Días turbulentos. El diálogo entre ambos, de bote a bote, me lo contaría regocijado, muchos años después en Cartagena, el propio Oliver, quien haría carrera en Infantería de Marina.
Mi padre, en cambio, centró su camino en el Cuerpo General a partir de su ingreso en la Escuela Naval, entonces en San Fernando (Cádiz). No voy a enumerar aquí todos sus destinos, citaré aquellos relacionados más directamente con el mar. En mi recuerdo el destructor “Císcar”. Y en mi memoria la llama de alguna carta paterna describiéndole a mi madre el desastre del dragaminas “Guadalete”, hundido en el Estrecho de Gibraltar, y el “Císcar” recogiendo cadáveres sembrados en el mar. 1954. Dos años más tarde el Capitán de Corbeta Araguas Neira (tiempo al que pertenece la fotografía que ilustra este artículo) manda el transporte “Almirante Lobo”, base en Ferrol. Años en que nuestra ciudad era gloria pura camino de cotas aun más altas. Tardarían en venir los momentos de decadencia, esperemos que más que cíclica, definitiva.
Ferrol era un navío, en su estructura racional y en sus ganas de hacer del mar un pañuelo. Y los marineros, y los marinos, punto de referencia en la que lepantos y gorras de plato no eran sino señales en lo alto de cuerpos abriéndose camino (o cubriendo carrera). En tierra, atrás ya el “Almirante Lobo”, mi padre estuvo destinado en Capitanía y en la Escuela de Máquinas. Segundo de Benigno Díaz-Santé fue también su vicepresidente en el Racing aquel de la travesía del desierto de Tercera. En cambio en la década de los cincuenta, el Racing siempre en Segunda, y el Inferniño un baluarte al que iba cada dos domingos con Don Antonio; mi hermano, también Antonio, General de Intendencia mucho después, de la otra mano.
Soy racinguista fiel como consecuencia de aquellas jornadas de gloria. (Seguiré siéndolo hasta el final). Por eso, gracias Pepe Criado, por ese minuto de silencio en A Malata como oración laica. Las otras, las cristianas, se han prodigado estos días hacia quien se manifestó siempre como creyente activo, y la Parroquia de San Julián, y Cáritas, supieron de la actitud entregada de Araguas Neira. Un hombre liberal (por generoso). Y quienes de verdad lo conocieron no me dejarán mentir.
En 1963 el entonces Capitán de Fragata pasa a mandar el minador “Neptuno”, con base en Palma de Mallorca. Ese verano tuve el honor de compartir navegación con la gente de mar, tan entera como los delfines que nos entraban de popa, entre Vigo y Palma. Con marinos viví un mes y desde la inexperiencia de mis años aprendí muchas cosas. También las virtudes de un hombre, mi padre, a quien empecé a ver con otros ojos desde una óptica muy diferente. Aún le esperaban más destinos de mar, como segundo comandante de los cruceros “Almirante Cervera”, próximo este a su desguace, y “Canarias”. En tierra  ejerció de ayudante de Francisco Núñez Rodríguez,  siendo este Capitán General de nuestro Departamento Marítimo, cerrando pues un ciclo vital ambos. Más tarde, el ya Capitán de Navío Araguas Neira dirigió el Cuartel de Instrucción y fue Comandante de Marina. Luego esa jubilación, impensable e imposible para un vitalista como mi padre. Un hombre, me lo decía el actor Luis Perezagua, a raíz de su presencia ferrolana en el Jofre con Angelina o el honor de un brigadier, luego de conocerlo, que tenía la mirada noble y certera de quien no ha hecho sino buscar con los ojos el horizonte. Y yo añado esa Venus, estrella y guía que aprendí a conocer desde niño, orientado por el amor paterno. Ahora que ya no está, pero sigue estando, quiero decir (y sé que me hago eco del sentir fraternal de Antonio, Carmen, Nieves, Teresa, Rafael, Eduardo y María) que ha sido un honor y un orgullo contar con semejante padre.
Nacido en Logroño, el 3 de setiembre de 1919, por cosas del azar, criado en Perlío y Xuvia-Neda. Ferrolano, en todo caso, de sentimiento y vivencias. Muerto en su domicilio de Canido, Pintor Máximo Ramos, en las primeras horas del miércoles 4 de marzo de 2015. Al abrigo, y bajo la mirada llena de amor, de su esposa, María Teresa Álvarez, con quien compartió sesenta y siete años de vida conyugal.
Quiero decir también que los tres grandes motores de mi padre fueron el sentimiento religioso profundo, la lealtad y la entrega hacia la familia y, por supuesto, la Armada. Esta última desde un instinto apasionado que combinaba la ética y la estética. Al final del funeral que le dedicamos en San Julián (gracias Ramón Otero, por tu amistad incombustible) sonó la “Salve Marinera”. A mi padre le hubiese encantado escucharla. De él nos queda su memoria. A mí, particularmente, la satisfacción de habernos sabido complementar siendo tan diferentes. Y eso no hay oro en el mundo que lo pague. Palabra. Esa que aprendí de mi padre a tenerla. Aunque no haya contratos por medio. Palabra. Como esta que en su honor alzo al cielo de los buenos marinos. Así el Capitán de Navío Antonio Araguas Neira. En la hora de su muerte el más veterano de la Armada en relación a la fecha de ingreso en ella. Agosto de 1936. Con mi padre muere una época forjadora de hombres enteros en tiempos dificilísimos. Respeto y admiración para ellos.

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